Cien años de un grande

Mañana se cumplen cien años del nacimiento de César Dávila Andrade, un grande de las letras, tan grande que algunos creen que es el mayor escritor ecuatoriano del siglo XX.

Primero de seis hijos, su hogar en Cuenca fue de escasos recursos aunque su tronco familiar había dado al país políticos y poetas. Abandonó los estudios en segundo año del colegio y pasó por todo tipo de oficios para ganarse el pan y ayudar en su casa. Rompió con su padre, Rafael Dávila Córdova –conservador a ultranza, quien vivía distanciado de sus hermanos, todos alfaristas–, porque fue un rebelde, incluso en política, afiliándose a los 22 años al partido Socialista. “En cambio su madre, Elisa Andrade, mujer fuerte y trabajadora, estableció un estrecho vínculo de amor con su hijo, y nada, ni las ideas más radicales de Dávila, chocó con su piedad”, dice Jorge Dávila Vásquez, sobrino del autor y él también narrador y poeta.

En general, Dávila fue un hombre bueno pero siempre angustiado, y su rebeldía no halló su cauce en la militancia política como tal sino en una permanente inconformidad con su propio ser y con el del ser humano, y por eso estudió todo tipo de filosofías orientales y teosóficas –lo que junto con su extrema delgadez y sus ejercicios respiratorios, que le daba una inusitada fuerza física– le ganaron el mote de “el Fakir”.

Fue un innovador de la poesía ecuatoriana, con un post-modernismo inicial que se transformará en una expresión surrealista y hermética en poemas y relatos posteriores. Fue en Quito, a donde vino a comienzos de los cuarenta, en busca de trabajo y de un ambiente cultural más abierto, donde se dio a conocer, en especial a través de Letras del Ecuador, la revista de la naciente Casa de la Cultura, institución en la que Benjamín Carrión le acogió y le dio trabajo (un trabajo humilde, de corrector de pruebas). En esa revista publicó 46 trabajos entre cuentos, poemas, ensayos y notas bibliográficas, desde el primer número en 1945. En vida publicó, innumerables colaboraciones en revistas, 12 libros y folletos en Quito, Buenos Aires, Mérida y Caracas, ciudades venezolanas a las que se trasladó a vivir y en la última de las cuales se mataría en mayo de 1967.

Desde 1950 unió su vida con Isabel Córdova, quien supo encarrilarle y disminuir su dipsomanía, sin vencerla jamás, y que le hizo odiar de sus amigos alcohólicos y no alcohólicos, pues los apartaba pues consideraba que se aprovechaban del poeta. Con ella decidió trasladarse a Venezuela en 1951. Allá escribió mucho e intensamente, y fue mejor remunerado que en el Ecuador. Con el centenario se han reeditado algunas de sus obras; la Academia de la Lengua acaba de hacer un seminario para discutir su obra y en su vieja casona de la plazoleta de La Merced está abierta una exposición multimedia sobre este autor inmortal.

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