La pandemia desnudó al país, puso en evidencia las debilidades de la sociedad y también sus virtudes. Nos ha servido como espejo que refleja la crisis institucional, la precaria legalidad y, más aún, la falta de comprensión de la naturaleza, dimensión e implicaciones que trajo consigo el coronavirus, y que hizo patentes la corrupción, el […]
Me pregunto si, en verdad, somos una república, o si el concepto se ha vaciado de tal modo, que ha quedado reducido a un membrete carente de significaos concretos, de realidades tangibles, ausente de convicciones que la sustenten, de leyes que la articulen, de políticos que la representen, de asambleístas que articulen las aspiraciones de […]
Escribir una columna es un desafío, una incitación a la brevedad, la precisión y la transparencia. Es una apuesta a la siempre difícil distinción entre la información, el comentario ligero y circunstancial y el ensayo. Es, además, el ejercicio constante de la responsabilidad de honrar la verdad, combatir las mentiras y propiciar la independencia. Es […]
El ejercicio de la libertad ha permitido tejer el hilo argumental de la crítica, ese examen riguroso de los actos, los hechos, los sistemas y las normas. Con la lupa de la crítica se mira de mejor forma la verdad, y se la distingue de la mentira; con ella, es posible limpiar la hojarasca de […]
La democracia ha sufrido graves simplificaciones. El deterioro de las instituciones y la confusión general sobre nociones políticas fundamentales, ha afectado su credibilidad y eficiencia.
Le escribo como ciudadano a quien no le anima otro interés que el bien del país,
Los consensos, los acuerdos nacionales, como tantos otros términos de la jerga política, se han devaluado al punto de que son pocos los que conservan alguna esperanza acerca de su posibilidad y eficacia, más aún cuando el escepticismo domina los ánimos de la gente, en estos tiempos de pandemia, lentitud gubernamental, expectativas e incertidumbre frente a los grupos de poder.
Es necesario, a veces, reactivar estas preguntas: ¿cuál es la función de la Constitución frente al poder? ¿Es una herramienta para imponer y aplicar una ideología, un proyecto, una visión unilateral de la vida? ¿Es un límite? ¿Debe servir como herramienta y arma de la voluntad del poder, o debe ser escudo, refugio y alero para escampar de los actos del inmenso ente interventor que se ha consolidado sobre la sociedad civil? Sobre la retórica declaración de Estado garantista , sobre el propio texto constitucional, ha triunfado la tesis de la consolidación de la autoridad sobre los individuos y sus derechos. ¿Prospera una visión funcional y utilitaria en beneficio del Estado y en desmedro de los ciudadanos?
Max Weber, el gran sociólogo alemán, hizo una distinción fundamental entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Las ideas de Weber dotaron de claridad a la comprensión de los límites de las revoluciones y al origen de los fanatismos; plantearon que la razón debería marcar incluso a las convicciones. Esta tesis se sustenta en el hecho de que el hombre no puede escapar nunca de aquello que le caracteriza y distingue de los demás seres: la responsabilidad por sus actos.
Cuando veo y escucho los noticieros; cuando me entero de que nunca hubo un plan de vacunación; cuando miro las aglomeraciones de personas que acuden a vacunarse y la gente de tercera edad expuesta al riesgo del contagio, al solazo, a la espera que rebasa todo límite de tolerancia, me pregunto si existe el mínimo sentido de previsión y buen gobierno que exige la función pública. Si hay autoridad, si hay Estado, si hay reglas. Si, en semejantes circunstancias, queda un ápice de credibilidad en la palabra de los personeros de la República.
Fabián Corral es un abogado destacado y ha formado a generaciones de sus colegas en las aulas universitarias. Es, también, columnista de este Diario. Pero si él tiene que definirse, no dudará en decir que es un hombre de libros y de campo. Eso hace que busque un equilibrio entre la ciudad y la naturaleza. Y una de sus misiones de vida ha sido impulsar la recuperación del campo, del que nos hemos ido distanciando, pese a que ha sido un valor esencial en la historia del país.
De la televisión, es decir, del predominio de la imagen, hemos pasado, casi insensiblemente, a la cultura telegráfica que domina las redes sociales y responde a las urgencias de un mundo atolondrado. Del correo electrónico -que nos obliga a ser concisos, pero todavía un poco reflexivos- hemos llegado al twitter, esa abreviatura que pretende abarcarlo todo en forma sumaria y superficial.
¿En qué medida son y han sido- verdaderamente representativos los legisladores y asambleístas del Ecuador? ¿Obran según un mandato específico, expresan lo que los votantes pensaron al elegirles?¿Las leyes que producen son legítimas, o son solo formalmente válidas? Estas preguntas retornan cada vez que una crisis pone en evidencia la distancia que hay entre los rituales democráticos y las crudas realidades políticas. Ese es uno de los problemas del régimen democrático del país.
Un erróneo concepto de democracia, y la evidente perversión de las instituciones, han provocado que la lógica electoral invada todos los ámbitos de la actividad humana. Desde la academia hasta las artes, desde la administración pública a la literatura, están atravesadas por la lógica política. El aire de las campañas invade todo lo que suene a público, incluso las actividades que pertenecen a lo privado y lo íntimo. Los vicios del populismo y las artes de los profesionales en el cabildeo, pervierten los más insólitos temas.
La pandemia puso contra las cuerdas a la sociedad, a la ciencia y al poder. La ciencia ha reaccionado y, pese a todas las dificultades, al escepticismo y a las teorías de conspiración, las vacunas, que ya circulan en el mundo, son signo de la potencia y de la capacidad de reacción de la ciencia. Nunca en la historia se ha investigado bajo tanta presión y se han obtenido resultados en pocos meses.
Aquello de “todo vale” es el signo de los tiempos. Eso no significa que haya triunfado la tolerancia y que reine una razonable diversidad. El asunto, me temo, es que asistimos a la caducidad de los valores y a la abolición de los linderos. Y ocurre que sin linderos, no tenemos capacidad de discernir, ni podemos distinguir lo legítimo de lo ilegítimo. No sabemos desde dónde y hasta dónde van los derechos y dónde comienzan los abusos.
Los conceptos de la teoría política puestos en el contexto de la realidad, con frecuencia, pierden sentido. Se llega al punto de que adquieren significados absolutamente distintos de los que propusieron sus ideólogos. Algunos de esos conceptos, como república, democracia, autoridad, se han convertido en tópicos. La fraseología de los discursos y “la literatura electoral” afectan al rigor analítico, borran los límites que distinguen a un tema de otro y los desnaturalizan. Lamentablemente lo que importa es el discurso, no interesa si es verdadero o falso. Importa lo que suscita emoción y votos. Así, la política es un enorme mural hecho con los trozos dispersos de lo que alguna vez fue un sistema de ideas.
Democracia, pueblo, país, son conceptos vaciados de contenido por la reiteración del discurso y la propaganda. Esas ideas se han transformado en lugares comunes que en estos tiempos casi no provocan reflexión, ni pasión, ni curiosidad. Son parte de la jerga política. Son acápites de la fraseología que escuchamos por décadas. Esas palabras, en la mente del hombre común, suscitan la idea de la política electoral, de la acción para captar el poder, disputar posiciones e imponer ideas. Incluso la noción de “patria” ha perdido el encanto, la capacidad de evocar y emocionar que tuvo en los días en que los niños la honraban al izar la bandera en el patio de la escuela.
Las dictaduras ya sea francas o disfrazadas, el populismo y esa democracia plebiscitaria y manipulada que ha prosperado en América Latina, plantean si será posible que prospere, o que se reconstruya, una República en estas tierras. Plantean la consideración de si tenemos vocación por la legalidad, o si nuestras inclinaciones van por la mano fuerte, y por la secreta admiración hacia el autoritarismo. Es decir, si somos personas conscientes de nuestras libertades y responsabilidades, o si tras la fachada de “ciudadanía” escondemos rezagos de viejas servidumbres.
¿Qué son las instituciones? ¿Tienen que ver con el poder, con los usos, con las reglas, con los valores? ¿ Tienen relación con los ciudadanos, con la democracia, con la República; aluden a los derechos y a las libertades? ¿Son teorías políticas sin sustancia para la vida cotidiana; son tópicos y acápites de discursos devaluados? ¿En fin, hay instituciones o solamente hay poder?