El espionaje ha existido desde siempre. Obedece al deseo de un Estado de adquirir informaciones sobre otro Estado, especialmente en lo tocante a su capacidad ofensiva y defensiva, a fin de usarlas para decidir sobre su política de seguridad. El espionaje es una actividad secreta que ningún país está dispuesto a admitir, razón por la que el agente o espía corre el riesgo de afrontar por si sólo las consecuencias, si su trabajo es descubierto.
A pesar de los avances tecnológicos, que permiten acumular información detallada sobre cualquier país, todavía se recurre al espionaje -método tan unánimemente condenado como generalmente practicado- para obtener datos que las máquinas modernas no pueden aún adquirir. La visión del espía es multiplicada por sofisticados binoculares y cámaras, su capacidad auditiva crece con el uso de micrófonos que escuchan a distancia, se ‘pinchan’ teléfonos, se graban videos y se compran documentos y agentes.
Si un Estado considera a otro como enemigo o potencialmente peligroso, pone a trabajar a su sistema de ‘inteligencia’ para garantizar su propia seguridad. Esta actividad tiene mucho de profesional y no puede estar confiada a manos inexpertas o de simples partidarios ideológicos.
Un Estado serio no puede aceptar que lo espíen, pero tampoco cometer la ingenuidad de creer que el espionaje no existe, debe estar prevenido y saber cómo luchar contra estas realidades.
La reciente noticia aparecida en El Universo, según la cual Colombia habría realizado actividades de espionaje en el Ecuador, a pesar de los subsiguientes desmentidos del Presidente Uribe, debe ser cuidadosamente investigada, como lo ha anunciado el presidente Correa. Si llegara a comprobarse, habría que examinar con la máxima serenidad y objetividad, las opciones abiertas para el Ecuador. La primera de ellas sería cuestionar la eficacia del sistema nacional establecido para velar por la seguridad del Estado y de sus habitantes. Se han levantado ya, a este respecto, fuertes críticas a la reestructuración de las entidades responsables de la seguridad nacional.
La inmediata reacción presidencial fue irreflexiva y biliar: anunció que volvería a romper relaciones diplomáticas con Colombia. Tardíamente llegó la cordura y Correa aceptó trabajar sobre la hipótesis de que los desmentidos de Uribe fueran ciertos. Dijo, inclusive, que existen interesados en interferir en la plena normalización de relaciones con Colombia. Creo que el Presidente está en lo cierto. Más aún, él conoce por lo menos a algunos de esos interesados. Está bien que prosiga la investigación sobre la denuncia de El Universo y mientras, observen un prudente silencio los tres o cuatro ministros y funcionarios de Estado que, en seguimiento de la primera reacción presidencial, se curaron en patriotismo!