Ecuador es un referente en América Latina de un país que más tempranamente que otros, con población indígena y afroecuatoriana significativa, ha sabido reconocer las diferencias culturales y ha conocido diversos procesos de inclusión de los excluidos de ayer. Si bien sobresale el espacio político que estos pueblos han ganado, el cambio de sus condiciones socioeconómicas ha sido notorio, a pesar del camino enorme que queda aún por recorrer para acabar con su pobreza y desventajas sociales. Por eso es bienvenido que el Gobierno cuente profundizar el camino de la inclusión y reconocimiento de la diversidad de los pueblos del país, con un programa de formación para que indígenas y afroecuatorianos, mujeres y hombres, se incorporen al cuerpo diplomático.
Entres las varias redefiniciones que está viviendo el gobierno, está la de interesarse por las organizaciones sociales y de reconocer algo de importancia a la participación. Desde luego, sigue siendo una búsqueda interesada en construir apoyos y no tanto democracia que implicaría aceptar la diversidad, la crítica y el valor de gente organizada que a su modo asume el país y sus problemas, incluido con divergencias y oposición al Gobierno. Entre estas acciones, está la de nombrar diplomáticos como lo ha hecho con Ricardo Ulcuango a la Embajada en La Paz. No es la primera ni la última acción de cooptación de dirigentes indígenas que hace el Gobierno y que tiende a desacreditar sus organizaciones. A pesar de ello, en los hechos se avanza en la inclusión o en borrar las barreras tan fuertes de la discriminación étnica que ha caracterizado al país.
La diplomacia no es un trabajo para ser adornos de alguna embajada. Requiere competencias diversas para abordar nuestros múltiples problemas, proyectos y esperanzas en algún espacio del complejo sistema mundo. Se requiere personal competente, no incorporar gente para tener diplomáticos de quinta categoría, sino que todos y todas, indígenas y afroecuatorianos incluidos, estén en condiciones de asumir funciones con alto rendimiento. Sino el discrimen se reproduce a otro nivel, aún más doloroso, al tener personas que saben rendir en sus funciones y otras que estorban o son simples adornos, a quienes mal se podría encargar responsabilidades de envergadura. Esta posibilidad de la redefinición de la exclusión y la discriminación, como bien se ve en los estudios sobre impactos de ciertas medidas de “discriminación positiva” para minorías, debería ser objeto de preocupación para concebir no un curso sino un proceso de formación, exigente y riguroso. No interesan diplomáticos indígenas y afroecuatorianos que adornen las estadísticas de la inclusión sino que sean orgullo de sus pueblos y contribuyan a su afirmación por su competencia y rendimiento sobresaliente.