El proceso para que finalmente entre en vigor el acuerdo comercial multipartes sellado en el 2014 entre Ecuador y la Unión Europea (UE) ha entrado en una fase mucho más dinámica. Existen motivos para pensar que así es, aunque del lado ecuatoriano todavía queda una serie de temas pendientes.
Solo cuando a alguien le suceden las cosas se da cuenta de las carencias que soportan las ciudades. Falencias que en especial perjudican a las personas que tienen algún impedimento físico-motor o de otro tipo.
Conservar el patrimonio edificado no es guardar la plata en saco roto: es una verdadera inversión que, bien planificada, retribuye ganancias a los municipios. Y en algunos rubros, principalmente en el sector turístico.
La jardinería está dejando de ser un pasatiempo de jubilados o un ‘hobby’ de fin de semana. En la actualidad, se ha convertido en uno de los remedios de última data para frenar a ese enemigo silencioso que es el estrés.
La contaminación es uno de los males que aquejan a una metrópoli. Y no solamente se trata de la polución atmosférica, que asfixia y enferma; también están presentes la contaminación visual y auditiva... Quito sufre de las tres por igual, aunque en diversas gradaciones. Ya es común divisar sobre la ciudad un gran manto espeso, como de neblina, que hace que todo se vea como tras una inmensa cortina de tul. Desde el valle de Los Chillos, la visión de esta capa de dióxido de carbono impresiona e intimida. Todos los ciudadanos conocemos las causas y los efectos del fenómeno. Teóricamente, también sabemos cuáles son las soluciones, que se vuelven casi utópicas en el momento de aplicarlas. Pero esa no es la única contaminación que atosiga a los capitalinos; el ruido es otro tormento cotidiano. Quito es quizá una de las ciudades con más contaminación auditiva. Los conductores pitan sin aparente motivo; los choferes de los buses de servicio urbano atormentan a los usuarios con las radios a todo
Víctor Vizuete E. Editor vvizuete@elcomercio.com
La realidad tiene varios rostros. Vivimos la época de los rascacielos de mayor altura y volumen; de los puentes y los túneles más largos; de las construcciones ‘high tech’; de los edificios inteligentes a los que solo ‘les falta hablar’...
Cuando se trata de proteger el patrimonio familiar, especialmente la vivienda, blindarla contra los robos debería ser una práctica de rigor. No obstante, apenas el 30% de los ciudadanos toma alguna medida para proteger su inmueble de la acción de los ladrones. Las casas vacías o sin vigilancia son las preferidas por los delincuentes para cometer sus delitos. Por esa razón, simular que la casa está ocupada debe ser la primera práctica antes de viajar (ahora que está cerca la Semana Santa) o hasta salir de visita a los padres, a la suegra o a los hijos. Desde el exterior, el inmueble nunca debe parecer deshabitado. Por eso, conviene mantener las persianas subidas, dejar prendas de ropa tendidas y, si está en condiciones de hacerlo, instalar un dispositivo electrónico que permita programar varios temporizadores para que las luces, la televisión o la radio se enciendan y se apaguen de manera periódica. Estos aparatos, al contrario de lo que la mayoría piensa, no cuestan un ojo de la cara.
En unos dos años, Panamá contará con un edificio ecológico construido en la zona americana, muy cerca del Canal. La idea, original del francoecuatoriano Enzo Cucalón, diseñador del taller nacional Creática, está basada en la arquitectura orgánica.
Las ciudades, como los seres humanos, también siguen un ciclo parecido al de nacer, crecer, desarrollarse y morir; con una excepción: pueden salvarse de la muerte si se transforman y se adaptan al paso de los tiempos.
Los quiteños -y ecuatorianos en general- somos fachadistas; es decir, cuidamos mucho de las apariencias exteriores y descuidamos lo interno.