Los dos bandos están separados por la calle General Julio Andrade, en el barrio Nueva Aurora (sur de Quito), por vallas metálicas y por un piquete de agentes metropolitanos de control que vigilan que no exista agresiones.
En la fachada blanca de la casa de María Fernanda Hernández, en el sector de la California (norte de Quito), un letrero da el siguiente mensaje: “Sigues ensuciando la pared y te vas preso. Hay cámaras”.
Los insultos eran a diario. En un patio de piedra de una casona colonial retumbaban los gritos de la dueña de casa: “eres un vago, lárgate”. Ese fue el hostigamiento que Diego Oleas dice haber soportado durante un año. Es el mismo tiempo que se prolongó un juicio de inquilinato en su contra.