Antes de la cúspide y de la celebridad del realismo mágico (como casi sinónimo de lo latinoamericano), antes de los fuegos artificiales y de los tórridos aires caribeños, antes de la actividad política sin espacio para la crítica y porque sí (del llamado compromiso político), siempre estuvo ahí Alejo Carpentier (1904-1980), el virtuoso original del estilo barroco, siempre a caballo entre La Habana, Puerto Príncipe, París, México y Caracas, algo francés, algo ruso y siempre cubano. El de la prosa compleja y a momentos laberíntica (llena de ecos, voces y reflejos) el de la arquitectura perfecta, el de las formas melódicas, el de lo real maravilloso. El del vudú, el de los esclavos que se coronan emperadores, el de reinos negros, el que pesaba y tasaba cada palabra para evaluar su repiqueteo y su consonancia, el de las frases prolongadas y complejas que se desenrollan como serpentinas.
Nos encontramos -y me avisan si a alguien le queda alguna duda- frente a un régimen práctico hasta la médula y camaleónico por vocación y conveniencia. Se trata, claro, de un régimen que no tiene ningún empacho (sin siquiera sonrojarse, sin necesidad de que se la mueva ni un músculo de la cara) en transitar en pocos días por todo el espectro posible de la política, con la habilidad de un versado equilibrista y, hay que reconocerlo, con cierta gracia y desenvoltura.
No cabe duda de que lo que ocurre en Venezuela es un golpe de Estado. Y no solamente eso, sino un golpe de Estado orquestado y planificado desde el exterior, por oscuros intereses económicos, por potencias hegemónicas que buscan desestabilizar la región por medio de consignas de ciertos grupos, así como por infiltrados y provocaciones. Advierto de forma expresa y enérgica - y no me va a temblar la mano- que no vamos a tolerar ninguna manifestación no permitida por las autoridades (es decir, por mí mismo), que no nos vamos a responsabilizar por la suerte de aquellos ciudadanos que, víctimas de balas perdidas o de accidentes domésticos, pudieran fallecer (es peligroso e inconveniente salir a manifestar). Tampoco vamos a dejarnos engañar o manipular por novedosas y extrañas teorías sobre los derechos humanos y cosas de esa naturaleza. Es claro que los organismos internacionales de los llamados derechos humanos responden a expresas instrucciones políticas del exterior, que son financiados
Octavio Paz (1914-1998) constituye, en sí mismo y por varias razones muy largas para exponer en una columna, una irresistible invitación a no dejar los placeres de la lectura, a hurgar en las provocaciones de la reflexión, a escrutar, tras cada frase, en cada palabra, los antecedentes más remotos de la historia del pensamiento crítico, los orígenes del idioma, las vertientes de cada deliberación. Octavio Paz era un intelectual redondo, minucioso e independiente.
Aprobar e implementar la reelección indefinida del presidente equivaldría a borrar la República, básicamente porque la reelección perpetua de un cargo público se opone a su naturaleza (a la naturaleza de la República, por supuesto). Y también, de paso, porque se contrapone a la esencia de un cargo público de elección popular, que exige posibilidades de variedad.
Sin ánimo de pasar por una especie de Nostradamus criollo, creo que los resultados de las elecciones del pasado domingo dejarán al Régimen frente a dos escenarios estratégicos: El primero, que el Régimen se retire a su esquina y, en otras (sus propias) palabras, radicalice la revolución. Esta posibilidad seguramente implique que los ministros de una Cartera pasen a la otra, en una especie de reciclaje o reencauche ya varias veces visto, que se siga entendiendo a la burocracia de alto nivel como una forma de recompensar lealtades, que la retórica revolucionaria cobre todavía más fuerza, que se empiece a entretener la posibilidad de una reelección presidencial indefinida (habrá que ver si por reforma en la Asamblea Nacional o por vía de un referéndum) y que se siga concibiendo a la política como si fuera un ring de box en el que sucesivos enemigos deben besar la lona. Esta posibilidad seguramente implique, en esencia, un amurallamiento del Régimen y la adopción de un modelo que busque ag
Ojalá soplaran unos vientos y aires cortesía de Michel de Montaigne (1533-1592), especialmente en tiempos de intransigencia aprobada y refrendada popularmente, especialmente en épocas de mirar para otro el lado, de hablar bajito en caso de que nos estén escuchando, de cambiar de tema cuando surja algún asunto espinoso. Parece que se necesita de Montaigne en tiempos de notorio retroceso de la tolerancia, en estos largos y grises ciclos de aborregamiento general, de reaparición de intelectuales orgánicos que lo justifican todo a toda costa, que inventan argumentos gimnásticos para refutar lo que hasta hace poco sostenían con vigor, que estructuran explicaciones inauditas para lo inexplicable. Ojalá se mecieran un poquito las cenizas del Montaigne agente de la moderación, de la racionalidad, de la convivencia en condiciones de ciertos grados de sensatez política.
Vamos a colonizar tu mente, vamos a llenarla de información unilateral, indiscutible y verdadera. Vamos a empacarla al vacío, muy bien sellada. Vamos a poner la pica en Flandes. Vamos a tomarnos la molestia de repoblarla [tu imaginación] con nuestra propaganda, de modo que cuando prendas tu televisor nos mires solamente a nosotros y no puedas ver nada más. Vamos a 'resetear' tu cerebro, para que cuando enciendas la radio solamente escuches nuestras cuñas, nuestros comerciales, nuestro impuesto punto de vista, nuestra extraña interpretación de la realidad. También vamos a restablecer tu percepción de las cosas, de forma que cada vez que abras un periódico leas cómo vamos a rescribir la historia, cómo vamos a reinventar los hechos, cómo vamos a refundar todo lo que los otros -malos, mentirosos, ineficientes y mediocres- ya habían fundado decenas de veces desde hace décadas. Vamos a -literalmente- invadir tu mente con nuestros héroes y con nuestras fábulas, con nuestras ficciones, con nue
Dentro de la escena del rock progresivo -querer realzar el carácter del rock como una forma de arte, dotarlo de elementos del jazz o de la música clásica para complicarlo y sofisticarlo- King Crimson siempre destaca por sus inusuales niveles de exquisitez y esmero, por su empaque y por su complejidad (que muchas veces rastrea la oscuridad). Y aunque mencionar a King Crimson es en realidad hablar sobre distintas bandas, formaciones y reencarnaciones, invariablemente con Robert Fripp como centro de gravedad, Crimson siempre evitó con sabiduría la ampulosidad de Emerson Lake and Palmer o la pompa y ceremonia de Yes, en favor de un modelo más apesadumbrado, más neurótico y, al final del día, único e inconfundible. King Crimson parece, las más de las veces, no tener paragón ni haber engendrado herederos. Parece haber desembarcado de un mundo desconocido e insólito, siempre de la mano de un Fripp animado a experimentar y a explorar.
La sociedad -en especial la élite- es sin duda cómplice del triunfo de la teoría de la infalibilidad del poder. Esta teoría, que galopa bien engrasada y con las tuercas y tornillos debidamente ajustados, básicamente consiste en que el poder siempre ejerce la propiedad de la piedra filosofal, es inmune e indiferente al pensamiento crítico y a la disidencia. Al final del día, como en la regla de oro de las ventas y los servicios, en la política el poder siempre tiene y tendrá la razón.
Al final del día, luego de tanta fricción y de tanta confrontación, de la tediosa repetición de lo mismo y lo mismo, de la crispación sin visos de cesar, lo que perdemos es mucho más de lo que ganamos. Sí, claro, podemos hablar todo el día respecto de las carreteras: de sus preciosos y funcionales peraltes, de lo bien señalizadas que están, de lo incomparables que son respecto de las de nuestros países vecinos y de lo que ustedes quieran. También podemos frotarnos las manos y hacer planes sobre la entrada en funcionamiento de nuevos proyectos eléctricos, de la funcionalidad de las oficinas públicas, de la digitalización de los procesos burocráticos, y así por el estilo. Del mismo modo podemos especular respecto del crecimiento de la economía (¿o se trata solamente de la expansión del comercio y de las compras?) y de las perspectivas de que, por lo menos a mediano plazo, el petróleo no baje de precio.
Aunque al final del día los servicios secretos y las altas cúpulas alemanas lo consideraran algo menos que un trepador y una especie de intruso, Carl Schmitt terminó por imponerse como la mente jurídica del nacionalsocialismo. Como suele suceder con los regímenes autoritarios, las ideas de Schmitt fueron recicladas, empacadas al vacío y amalgamadas con la propaganda del Régimen. Este señor, de todos modos, pasó a la historia como el cerebro de las teorías legales del Tercer Reich y por sus polémicas con Hans Kelsen (el sí un demócrata) respecto, sobre todo, de cuestiones constitucionales.
En Pappo (Norberto Napolitano. Buenos Aires, 1950-2005) se mezclan y hasta cierto punto se aúnan todos los ingredientes clásicos del mejor rock: la idolatría, el virtuosismo musical y en particular las tribulaciones y repercusiones de la muerte. Es que -acuérdense- en el rock la muerte estampa un sentido distinto, cobra una importancia diferente que en otras formas de arte. Ahí está, por ejemplo, Kurt Cobain y su legado de resistencia juvenil: la música áspera y a ratos arisca de Nirvana. O el caso de John Lennon, abatido a tiros, con las especulaciones de qué habría pasado si Yoko Ono no hacía tal cosa o la otra. Jim Morrison - de quien su colega Ray Manzarek recordaba que siempre tenía un disco entero en el cabeza - echado sin vida en una tina parisiense. Claro, Jimi Hendrix, posiblemente el capo de los capos en lo referente a guitarras eléctricas, sonidos extraños, destrezas con las seis cuerdas, muerto muy joven en Londres (con Hendrix se especula qué tanto talento habría sido capa
Hoy he amanecido preguntándome cómo se sentirá ser orgánico, es decir estar en una posición de -por las razones que ustedes me digan- verse obligado a inclinar el lomo frente al poder, de agachar la cabeza al menor signo de discrepancia, de poner la otra mejilla, de tragarse el orgullo y decir sí señor, sí señor, sí señor, como usted diga.
En realidad el debate respecto del aborto no pasa -ni termina, por supuesto- solamente por su penalización. Hay varias razones por las que, creo, el Estado no debe criminalizar al aborto sino regularlo como un derecho: 1.- Porque el Estado es laico: Esto significa que ni las políticas públicas, ni las leyes ni la Constitución pueden ser elaboradas o discutidas sobre la base de los prejuicios, de los dogmas o de las creencias religiosas. No importa de qué religión hablemos: la regulación del aborto es un tema terreno, cuya discusión debe ser guiada por la razón y no por la fe, por las ideas y no por los credos. Además el Estado laico implica "…la autonomía de las instituciones públicas y de la sociedad civil respecto del magisterio eclesiástico y de las injerencias de las organizaciones confesionales, el régimen de separación jurídica del Estado e iglesia y la garantía de libertad de los ciudadanos en la confrontación con ambos poderes." (Valerio Zanone) Si se criminaliza el aborto por
El de Stefan Zweig (1881-1942) fue el oscurecer de un pensador incuestionablemente cosmopolita, verdaderamente humanista, atormentado por el exilio y por la posibilidad -a la época de su muerte, cierta- de que los nazis no solo acabaran con lo que él creía que era la tradición artística europea, sino que se hicieran con el control del mundo. Lo de Zweig también fue la alergia a la irracionalidad del nacionalismo, al delirio de todo lo autoritario, la reacción de una mente cultivada y aguda ante la marea alta de la barbarie. En pocas palabras (y en palabras nabokovianas) la melancolía del hombre ilustrado.
Como ustedes saben, en Ecuador se aprueba y se pone en vigencia una constitución cada -grosso modo- diez años. Cuando dejamos de lado la dictadura militar de los años setenta (nacionalista y revolucionaria como todo régimen autoritario que se precie) soñamos con refundar la República y aprobamos una nueva carta política afín a los nuevos tiempos y a los nuevos vientos: volvieron los partidos políticos, volvió un presidente civil, volvió el Congreso y, según creíamos, volvió el espíritu democrático. Los tiempos fueron caldeándose, los vientos fueron huracanándose, los partidos políticos fueron desconectándose y privatizándose, los presidentes fueron muriéndose, tambaleándose, cayéndose…Fue necesario, claro, crear una nueva constitución que arregle todo, que nos obligue a volver a nuestras esquinas para replantear todo lo demás, que nos lleve de vuelta al laboratorio para recalcular qué había salido mal. Era 1998 y pensamos -en estos lares casi siempre que pensamos nos equivocamos y lueg
Lo de Rulfo es sin lugar a dudas la cartografía, la paciente y detallosa creación de un territorio propio, delimitado por su misma mano artística y gobernado por su reputada prosa, simple al tiempo que exquisita. Se trata, claro, de la república (la llamo así solo a efectos de esta columna) de Comala, habitada mayoritariamente por almas en pena, por fantasmas y apariciones, por la obsesión de este señor mexicano por uno de los emblemas de México: la muerte. En esto de crear territorios, de darles vida literaria, de dotarlos de una geografía propia, Juan Rulfo resulta primo hermano de William Faulkner -arquitecto de Yoknapatawpha- el mítico condado sureño y algodonero (que, por otro lado, tanto ha influido en tantos escritores latinoamericanos). Y resulta, en más de un sentido, tocayo de Juan Benet, el diseñador y creador de Región, escritor de culto, posiblemente el más grande y ampuloso prosista en español de los últimos cincuenta años. Y, sí, de Juan Carlos Onetti, poblador de Santa
Esta mañana quería contarles que acabo de terminar de leer 'Mussolini y el Ascenso del Fascismo' (Barcelona, Crítica, 2008) de Donald Sassoon, nacido en El Cairo, profesor de historia europea comparativa de la Universidad de Londres-Queen Mary y también autor de 'Cien Años de Socialismo' y 'Cultura, el Patrimonio Común de los Europeos'. Sassoon ha colaborado con los periódicos The Guardian, The Independent y también con el Financial Times.
Cómo se extraña al viejo zorro del Voltaire (François-Marie Arouet, 1694-1778) en estos tiempos de intolerancia extrema, de hostilidad al razonamiento y de adicción a la propaganda. Cómo se debe estar meneando en su tumba (en pleno Panteón, claro) en estas épocas de fraccionamiento entre buenos y malos, de enemigos a aplastar y de amigotes incondicionales -que alzan la mano con una mezcla de ingenuidad y temor a la reprimenda palatina, que miran para el otro lado frente a la intransigencia- en esta era de estudiada crispación refrendada de vez en cuando por el voto popular. Cómo se añora al Voltaire de la pluma fina, al comentarista agudo, al defensor de causas justas, al penetrante autor del 'Tratado sobre la tolerancia' -en el fondo, al primer intelectual mediático, a una de las primeras celebridades literarias contemporáneas- entusiasta abogado de la libertad de pensar (irónicamente uno de los valores más atacados y tambaleantes en estos días). ¿No creen que "hoy por hoy" un espírit