Más de tres décadas han transcurrido desde que algunas familias de la hermosa ciudad de Quito decidimos, por motivos varios, trasladar nuestras vidas al igual de hermoso valle de Tumbaco y Cumbayá.
Y fue en esta última Parroquia que se empezó a disfrutar de aire fresco, de un clima más benigno y de la naturaleza pura, adornada en ese entonces de potreros, pastizales, donde semovientes y variedad de aves, eran parte de la vecindad. Con nostalgia se recuerdan esos años en que la vida de campo justificaba el traslado, pese a pequeñas dificultades como derrumbes en la vía y falta de servicios que obligaban a ser atendidos en la ciudad.
Estos nunca fueron motivo de aflicción o penitencia por la decisión tomada. Al contrario, en las dos o tres urbanizaciones debidamente planificadas, hicimos nuevos y grandes amigos que evidenciaban más aún el porqué de ella.
Urbanizaciones con claras y precisas ordenanzas que tan solo permitían construcción de casas unifamiliares, de ciertas alturas, de retiros suficientes para un convivir mejor y que estaba de acuerdo con el entorno y medio ambiente.
Transcurren los años, Cumbayá se convierte en algo gigante y en vez de aquellos prados y potreros, tenemos que convivir ahora con la modernidad de grandes edificios, de amplias vías de acceso, centros comerciales, etc. No nos queda más que aceptar la realidad de adaptarnos y conformarnos. Qué pena que viejas ordenanzas han sido modificadas. Al menos por muchos años habíamos gozado de placidez, sosiego y de enorme tranquilidad.