Chicago, 1943

Muy pocos viajes han sido tan decisivos para la historia de la música como el material de la columna de hoy. Se trata de lo siguiente: en una tórrida tarde de mayo de 1943 -en plena Segunda Guerra Mundial, evidentemente- un joven tractorista negro de veintiocho años de edad y que se había dado modos de esquivar el servicio militar, tomó el tren con destino inicial a Memphis. Su equipaje, de lo más modesto, incluía apenas una maleta con ropas para un día y una guitarra bastante elemental, comprada por correo a la compañía de Sears Roebuck en once dólares (algo más de lo que podía ganar en las plantaciones de algodón en una semana). El destino final de nuestro personaje era, ni qué decir tiene, Chicago. Y el nombre de nuestro protagonista era McKinley Morganfield, conocido desde su complicada infancia como Muddy Waters, natural de Rolling Fork, Misisipi. Casi me olvido de contarles que el tren que Muddy Waters tomó estaba segregado, de modo que los apretujados y oprimidos vagones del final estaban reservados para los pasajeros de color, de acuerdo con los usos y costumbres de la época.

Y al fin, antes de que pasen la página, o de que se distraigan con alguno de los otros fascinantes artículos de este domingo, ¿qué tiene de histórico este aparentemente rutinario viaje? Pues que cuando Muddy Waters decidió subirse a ese tren, y quizá sin siquiera saberlo, tendió los primeros puentes entra la música negra del sur de Estados Unidos (el blues, en este caso) y la cultura blanca del norte. Para decirlo con todas las letras, Muddy Waters fue uno de los precursores del rock. Pero antes definió el sonido eléctrico del blues de Chicago, lo esculpió de un modo que ganó en pesadez pero sin perder de vista sus orígenes africanos y rurales. Es que cuando Waters se instaló debidamente en su nueva ciudad empezó a tocar con otros músicos que habían llegado antes que él, en particular Sonny Boy Williamson y Memphis Slim. Como cuentan los expertos no tuvo -Muddy Waters, esto es- ningún problema en cambiarse de la guitarra acústica a la más chirriadora guitarra eléctrica. No se olviden de que poco antes, en 1941, el afamado folclorista Alan Lomax había grabado a Waters tocando la acústica y cantando canciones tradicionales del Delta del Misisipi. Lomax, de paso, había viajado al sur en busca del legendario Robert Johnson, sin saber que había muerto envenenado en una cantina dos años antes.

Para terminar, que los Rolling Stones hayan tomado su nombre de una de sus más famosas canciones les da la medida de cuán influyente y trascendente fue Muddy Waters y cuán concluyente el día en que puso pies en ese viejo y estropeado vagón'

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