‘Las asambleístas’

‘Las asambleístas’ es una sátira en la que el genial comediante griego Aristófanes critica ciertas ideas de Platón. Con ironía se refiere a la utopía de abolir la propiedad privada de bienes, mujeres e hijos y propiciar una igualdad aritmética.

Es notable el discurso de Praxágora, inteligente dama griega que defiende en el Parlamento sus ideas comunistas y, paradójicamente, niega la posibilidad de implantarlas.

“Quiero -dice- que todos participen de todo y que la propiedad sea común para todos. No habrá más ni ricos ni pobres. No volveremos a ver a un hombre cosechando los frutos de inmensas extensiones de tierra mientras otro no tiene espacio suficiente para ser enterrado en él... Mi intención es que solamente haya una y la misma condición de vida para todos... Comenzaré haciendo que la tierra, el dinero y toda propiedad privada sea común... Las mujeres pertenecerán a todos los hombres en común...”.

Pero ¿quién estará a cargo de trabajar?, le replica Blepyrus, otro asambleísta. “Los esclavos”, fue su contestación...

La irónica respuesta de Praxágora destaca la contradicción que late en la esencia del comunismo igualitario o en las vaguedades del socialismo del siglo XXI. Quienes se proclaman líderes de una revolución, con frecuencia caen víctimas de los atractivos del poder y lo usan en beneficio propio. Son evidentes las diferencias entre la forma de vivir de los que ostentan el poder y del pueblo por el que dicen luchar. No hablemos de imperios lejanos en la historia. Pensemos en el comunismo soviético en el que, junto a las “dachas” lujosas de la “nomenklatura” dirigente, coexistía el hambre de las masas, nutridas de odio y confrontación. Pensemos en la Indonesia de Sukarno, en los Pol Pot de Camboya, los Ceausescu de Rumania, los Ben Alí de Túnez, los Mubarak de Egipto, en el libio Gadafi, en Kim Il Sung y Kim Jong Il de Corea del Norte. Observemos las diferencias chocantes entre el caminar inocente de un ciudadano común, víctima potencial de la violencia, y las atronadoras seguridades de policías, motocicletas, sirenas y cortesanos con que se desplaza la “nomenklatura” moderna por ciudades y campos, sin meditar en que su mejor protección será el cariño del pueblo cuyas libertades garantice. Mientras predique la intolerancia y la división, menos respeto merecerá. ¡Cuánto apena que el informe a la nación, en la principal fecha cívica, se convirtiera en otra sabatina en la que campearon perturbaciones y complejos! Por eso resonaron como un soplo de aire fresco las palabras vicepresidenciales: “Muchas gracias, hermanos empresarios”.

La historia de las costumbres atribuye también a Aristófanes haber hecho referencia, por primera vez, al gesto que consiste en levantar el dedo medio de la mano, en crítica a una autoridad abusiva.

¡A la cárcel con Aristófanes!

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