El aprendizaje

Decía Aldous Huxley que más importante que tener experiencia es hacer algo con ella. Algunos de nosotros hacemos uso de nuestras experiencias para recordarlas y volver a disfrutar, en el recuerdo, momentos placenteros del pasado. Otros  las usamos para afilar las garras de nuestros rencores y nuestros ánimos destructivos de venganza. Una tercera alternativa, talvez la mejor, es aprender de la experiencia. Y para que pueda darse este buen uso de ella son necesarias dos condiciones que, lamentablemente, no son fáciles de encontrar.

La primera  es la voluntad de reconocer la propia capacidad para cometer errores y tomar decisiones que pudieran traer consecuencias negativas. Quien se considera infalible (incapaz de fallar) obviamente no satisface esta condición. Quien, al contrario, acepta su propia falibilidad abre la puerta a que un error  cometido o una mala decisión se conviertan en bases para la reflexión, el análisis de las posibles causas del error y el eventual aprendizaje.

La segunda condición para que ocurra tal aprendizaje es la voluntad y capacidad, de parte de quienes observamos los errores y las malas decisiones de otros, de convertirles en oportunidades para que  aprendan, y no en motivos de crítica, castigo o humillación. Cuán frecuente es, luego de que se hubiera advertido a un hijo o a un subalterno de los riesgos de tal o cual acción, y de que, desoído el consejo, se hubieran producido las consecuencias negativas previstas, que se le atormente con un duro: “¡Te dije!”. Exactamente al contrario, Warren Bennis describe el caso del funcionario de una gran empresa que, como consecuencia de una mala decisión, había causado una pérdida significativa: cuando preguntó al máximo ejecutivo si quería su renuncia, este le respondió: “¿Cómo vas a creer? ¡Acabo de invertir una pequeña fortuna en tu educación!”.

Estas dos condiciones están, incluso, estrechamente ligadas entre sí. Es mucho más probable que una persona muestre voluntad de aceptar su propia falibilidad y evite caer en inseguridades inmanejables si en el transcurso de su vida, desde su niñez en familia, a través de sus años de estudiante y en el trabajo de adulto, se ha encontrado con padres, profesores y jefes que, en el espíritu de Bennis, han evitado ser duramente castigantes y han ayudado, generosamente, a preguntarse qué podría aprender de sus errores y desaciertos. Al contrario, si durante la  vida de una persona se le han refregado sus errores y se le ha hecho sentir que es incompetente (no solo que ha cometido errores), la probabilidad es alta de que desarrolle una pobre imagen de sí misma y, con ella, aquella inseguridad que busca ser compensada con la ilusión de ser infalible.

Columnista invitado

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