En México hubo cerca de 50 000 homicidios por la guerra contra y entre los narcotraficantes en los últimos cinco años. Aunque la violencia es mayúscula y se multiplican los muertos –la mayoría enterrados bajo una lápida oficial que los declaró, sin más, delincuentes— muchos se van acostumbrando a ver la matanza desde lejos, a asumir la violencia como algo cotidiano, rutinario y ajeno. La han integrado al paisaje Pero se rebelaron los deudos de los acribillados, de los ninguneados, de los torturados y desaparecidos. Exigen a sus compatriotas que se pongan en sus zapatos, que no los olviden, que nadie se acostumbre.
“En los zapatos del otro” es la campaña iniciada este mes en los medios de comunicación locales. En ella artistas asumen la voz de las víctimas y proclaman que no callarán, que ante la violencia hay que mantener la indignación en alto, ver de frente y exigir a las autoridades que brinden seguridad y garanticen los derechos humanos.
Bien harían los ecuatorianos en observar esta iniciativa, reflexionar sobre la distancia que toman frente a su propio problema de delincuencia y violencia. Bien harían en no acostumbrarse a tanto crimen. Aunque no lo crea, en proporción al tamaño de su población, en Ecuador se cometen más homicidios que en México. Allí son 16 por cada 100 000, en nuestro país alrededor de 20 o más.
Frente a un gobierno que minimiza el problema y que lo ha llegado a vincular, con una soberbia sin nombre, a conspiraciones políticas, la población debe mantener la exigencia de seguridad. Además, no puede olvidarse a los deudos de tanta víctima. Hay que acompañarlos, hay que exigir junto a ellos, justicia. No se vale mirar hacia otro lado.
Ponerse en los zapatos del otro es un llamado más que oportuno para México y por qué no, para Ecuador. “A mí se me quita el miedo cuando vamos acompañados, se siente no sé, fuerza”, dice uno de los artistas en el spot central de la campaña mediática que se desarrolla en el país azteca. “Yo lucho para que lo que me pasó a mí no te pase a ti”, señala otro. No todos los asesinados en México eran delincuentes, no todos eran narcotraficantes o secuestradores. Y aunque lo fueran, tenían derechos.
Hay cientos de víctimas de las propias fuerzas del orden. Hay campesinos pobres asesinados, cuyo delito fue estar en el lugar equivocado. Hay torturados y desaparecidos. Hay mujeres violadas. Pero los mexicanos se han ido acostumbrando, han ido aceptando a pie juntillas el discurso oficial de que la mayoría eran delincuentes. Viví 16 años en México y sentí de cerca la violencia, pero también constaté lo fácil que es acostumbrarse a ella, adaptarse, olvidarse de las víctimas. Perder la indignación. Ponerse en los zapatos del otro puede hacer la diferencia.