Hace un siglo, el Presidente estadounidense Woodrow Wilson se debatía sobre si entrar en la Primera Guerra Mundial. Hacía solo un mes había ganado la reelección, en parte promoviendo una política de neutralidad que ahora se estaba preparando para abandonar, junto con el eslogan “Estados Unidos primero”. Hoy, por primera vez en más de 80 años, un presidente lo retoma para promover una posición de política exterior directamente en contra de lo que abrazaba la doctrina Wilson.
Solo en 1919, una vez finalizada la guerra, Wilson definió su visión exterior como “un internacionalismo liberal” que apoyara la seguridad colectiva y la promoción de los mercados libres entre las democracias, regulada por un sistema de instituciones multinacionales dependiente, en último término, de los Estados Unidos. Aunque el Senado estadounidense rechazó al principio la visión de Wilson, en particular su apoyo a la Liga de las Naciones, Franklin D. Roosevelt resucitó el internacionalismo liberal después de 1933. Ha contribuido a dar forma a las políticas exteriores de la mayoría de los presidentes desde entonces… hasta Trump.
El enfoque de “Estados Unidos primero” que Trump promueve tiene desdén por la OTAN, desprecio hacia la Unión Europea y ridiculiza el papel de liderazgo alemán en Europa. Rechaza además la apertura económica, con su retirada del acuerdo comercial de la Asociación Transpacífico y su llamado a renegociar el Acuerdo de Libre Comercio Norteamericano.
También ha prometido salirse del acuerdo climático de París.
A diferencia de Wilson, Trump no parece valorar el mantenimiento ni la profundización de los lazos con otras democracias. En su lugar, parece atraído por los líderes autoritarios (en especial, el Presidente ruso Vladimir Putin) y a menudo deja al margen a los líderes democráticos.
No hay duda de que, si Wilson estuviera vivo hoy, podría estar de acuerdo con Trump en algunos temas, aunque sus propuestas de soluciones serían muy diferentes. Por ejemplo, probablemente estaría de acuerdo con Trump sobre que el actual nivel de apertura de los mercados globales es excesivo.
Pero la solución de Wilson probablemente se enfocaría en desarrollar e implementar mejores regulaciones a través de un proceso multilateral dominado por las democracias. Probablemente defendería una política fiscal dirigida a promover el bien común, con mayores impuestos sobre las empresas y los hogares más ricos financiando, por ejemplo, el desarrollo de infraestructura, educación de calidad y atención de salud universal.
Wilson apoyaría un programa más parecido al de la senadora demócrata Elizabeth Warren o el premio Nobel Joseph Stiglitz, con un sistema avanzado de bienestar social que permita una amplia prosperidad.