El viaje en automóvil desde Quito hasta el Coca toma aproximadamente cuatro horas. En avión, 30 minutos. En el embarcadero del Hotel La Misión se debe abordar una canoa a motor para navegar durante dos horas y media a lo largo del río Napo. La travesía es maravillosa y el paisaje sobrecogedor, aunque a momentos, aparece en el horizonte una chimenea echando fuego o en un recodo del río aguardan las gabarras herrumbrosas cargadas de camiones gigantes que lo devuelven a uno a la realidad de la civilización que, lentamente, se va dejando atrás.
Justo en el límite norte del Parque Nacional Yasuní, próxima a la ribera del Napo, se asienta la comunidad Kichwa Añangu. Estos indígenas emprendedores han construido allí una hostería a la que han llamado Yasuní Kichwa Ecolodge. Tiene apenas nueve meses de funcionamiento pero sus propietarios y administradores llevan cientos de años viviendo en aquel mágico rincón del planeta.
Tras un camino serpenteante y lodoso, en medio de la espesura preñada de tonalidades verdes, se abre un descampado en el que habita la comunidad. En todo lo alto, arañando las nubes más bajas, un centenario ceibo de belleza estremecedora se eleva dominante sobre la inabarcable jungla, como un viejo y robusto guardián de la heredad que contempla junto a sus antepasados durante siglos .
Y aunque las garras de la civilización ya alcanzaron antes a la comunidad con construcciones de cemento y las fealdades propias de la modernidad, lo que allí se construye hoy, casi en su totalidad, se lo hace con ofrendas de la propia tierra, cuidando siempre el entorno y el equilibrio ecológico. Y toda la zona se conserva con celo, se la cuida y se la venera como a la matrona más anciana, y se la exhibe con el orgullo que sólo sienten por ella sus milenarios habitantes.
Hoy la comunidad Kichwa Añangu se dedica por entero a trabajar en esta empresa cuyo objetivo esencial es mostrarle al mundo el Yasuní, paraíso de la biodiversidad y uno de los últimos espacios vírgenes que aún no hemos arruinado los seres humanos. Las tribus que han habitado esta zona durante generaciones, sus verdaderos dueños, son ahora los que elevan la voz advirtiendo sobre los peligros que amenazan con destruir este enclave único, el área de mayor diversidad biológica por kilómetro cuadrado de todo el planeta. Y, por supuesto, la principal amenaza del Yasuní es la estupidez ilimitada del ser humano, su avaricia y ambición desmedidas que no lo frenan jamás aunque sea consciente de que su afán destructor tendrá consecuencias catastróficas para las generaciones del futuro.
Todavía estamos a tiempo. El Yasuní y sus habitantes esperan que nosotros hagamos algo. Lo primero es conocerlos y apreciar personalmente su abrumadora dimensión. Si usted quiere sumarse a esta lucha, abra las puertas de su jaula y láncese por unos días a volar en libertad.