Contra los yanquis vivíamos mejor

‘Contra Franco vivíamos mejor”. Lo escuché y leí mil veces durante la transición española a la democracia. Imagino que Raúl Castro ha adaptado la frase a la circunstancia cubana.Son consecuencias inesperadas de las victorias. El presidente Barack Obama capituló, como deseaba La Habana, acogiéndose -sin contrapartidas- a la política del abrazo.

Se comprometió, además, a restaurar totalmente las relaciones, aunque posiblemente el Senado no apruebe designar Embajador. Y tramitará el fin del embargo ante un Congreso republicano que, probablemente, ni acceda a discutirlo. Una cadena de frustraciones.

El equívoco es parte de un ‘’wishful thinking’’ o juicio ilusorio. El sorpresivo anuncio iniciaba un largo, complejo y deseado deshielo de donde podía deducirse que la reconciliación ya era un hecho y la transición democrática comenzaba. Percepción de final de partida, no de comienzo.

Las iglesias habaneras echaron a volar las campanas, como durante la colonia cuando se marchaban los piratas. Miles de cubanos desempolvaron banderitas americanas y se abrazaban felices. La prosperidad estaba a la vuelta de la esquina. La oposición democrática, en casa de Yoani Sánchez, acordó demandar espacios para esa sociedad civil que va surgiendo, pese al corset totalitario.

Las Damas de Blanco recorrieron calles cercanas a la parroquia donde suelen pedir libertad. No las aporrearon. Hubiera sido una flagrante contradicción al espíritu aperturista. En la OEA, los latinoamericanos dieron la bienvenida a la nueva etapa, pese a objeciones de Bolivia, Venezuela y Nicaragua, impulsados por Cuba, deseosos de incluir una mención al embargo, pero fue rechazada. Canadá, a cambio, no abordó los derechos humanos. Hubiera sido mentar la soga en casa del ahorcado.

Raúl Castro despachó a su hija Mariela al extranjero para explicar que el comunismo era permanente, algo así como una enfermedad incurable. En la Cuba de Mariela Castro podía cambiarse de sexo, no de un sistema elegido hasta el fin de los tiempos.

Raúl Castro repitió en la Asamblea Nacional que no había más dios que el colectivismo ni más profeta que Fidel Castro. Finalmente, gritó “patria o muerte”. Todos aplaudieron, incluidos los espías liberados.

¿Por qué tanta adhesión incondicional a una dictadura, próxima a iniciar su 57 aniversario? Porque Raúl no ignora el peso de las autoprofecías que, a fuerza de repetición, acaban cumpliéndose.
Todos saben que el marxismo leninismo fracasó, Cuba está cayéndose a pedazos, y los cacareados “lineamientos” de Raúl nunca darán resultados. A estas alturas, la mayoría de los cubanos, como los soviéticos en la etapa final de Mijail Gorbachov, creen que el sistema no es reformable y hay que reemplazarlo. En ese desesperado punto de la historia, Obama, por razones equivocadas, toca la trompeta y todos piensan que es una señal de los cielos y que llegó la hora. Menos Raúl, Mariela y el resto de la sagrada familia, que lo desmienten, pero nadie los cree.

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