Ir y venir del poder

Parado en el centro de Lima, frente al Palacio de Pizarro, recuerdo una noche de hace 15 años exactos cuando ingresé por una puerta lateral a entrevistar al hombre más poderoso del Perú: Alberto Fujimori. Había sido testigo de la firma de la paz en Brasilia y ahora volvía a verlo para que me contara su vida y su versión de las negociaciones. Era retraído, hablaba con leve acento oriental y tomaba té verde para el dolor de estómago. Siempre pensé que su carácter de outsider político -y social, por su origen japonés- así como un control vertical del poder, le ayudaron a llevar a buen término el largo proceso diplomático. Con un descendiente político de la Lima virreinal el asunto habría sido más labrado. Dos años después se derrumbó en medio de un escándalo de corrupción y ahora, luego de un itinerario rocambolesco por Tokio y Santiago, espera la muerte tras las rejas. ¿Quién lo hubiera pensado, con tanto poder que tenía? ¿Y quién habría imaginado que su interlocutor ecuatoriano, Jamil Mahuad, correría un destino semejante? Con habilidad diplomática, Mahuad dedicó los primeros meses de su Gobierno al proceso de paz. Un mes después de la firma fue sacado en hombros de la plaza de toros de Quito, apoteósicamente, cual un gran torero. Eso le hizo perder la cabeza y dejó de leer las encuestas, según Jaime Durán. Tres meses más tarde congelaría los fondos bancarios de todos los ecuatorianos, iniciando un descenso en picada hasta su expulsión del poder en enero del 2 000, días después de una dolarización desesperada. Ahora es también un perseguido de la justicia. Sin embargo, estos dos políticos, estigmatizados por otros errores, habían logrado finiquitar un litigio fronterizo de 170 años de historia.

A estas alturas del partido ya no me sorprende ningún giro de la fortuna, ninguna alteración del mapa geopolítico, ningún retorno desde las cenizas. El Japón imperial y la Alemania nazi, arrasados en 1945, volvieron al club de los grandes de la economía. En 1989 se disolvió el imperio soviético sin que ningún proletario hubiera salido a defenderlo fusil en mano. A un oscuro agente de la KGB le tomaría solo 20 años recuperar posiciones bajo la vieja bandera rusa. Y de nuestros campos petroleros se van los gringos, pero llegan los chinos, que tienen 2 000 años más de práctica imperial.

Mirando el globo terráqueo, Manuel Vicent constata que muchos imperios se han sucedido en dirección al occidente. A China, la India y los persas, siguieron Roma y los árabes, que llegaron hasta España; luego España hasta América. De esos imperios europeos, cuya cima se ubicara en Londres en el siglo XIX, la hegemonía global cruzó el Atlántico hasta Estados Unidos. Para cerrar su larga vuelta al mundo, el gran poder está retornando a China. ¿De qué asombrarse entonces?

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