Ya son cinco años de crisis en las economías maduras. En algunas las angustias fueron superadas con decisiones heroicas, para algunos controversiales, que dieron resultado y no causaron costo a los gobiernos. Con ello, las lecciones de fines de los años veinte e inicios de los treinta en el siglo pasado para paliar los daños sociales fueron aprendidas. No así los principios de un buen manejo económico, pues se desafiaron las bases de la prudencia, el equilibrio y la estabilidad.
En otros países todavía se lucha por concertar acciones. Se avanza pero aún está viva la ansiedad y cuesta mucho discernir que la solidaridad de los mercados comunes demanda soluciones con costos compartidos, eso sí bien entendido que hay premisas de corrección de los desbalances identificados.
EE.UU., Europa, Japón siguen batallando para terminar el ciclo de destrucción de valor y entrar en el constructivo de recuperación social y crecimiento sostenido, pero ahora deben hacerlo manteniendo los conceptos que defienden la credibilidad y ofrecen confianza, vitales para la construcción de sociedades de alto bienestar.
Las perspectivas no son muy alentadoras. Estas economías que representan más del 65% del PIB mundial todavía necesitan algunos años para salir de su dolor. Algunos dicen que el mundo llegará al 2020 todavía con secuelas de este gran bache económico. De cumplirse este vaticinio, la crisis habría durado 12 años y sus consecuencias en la vitalidad de las economías emergentes no se las tienen claras.
La historia económica dice que este tipo de vicisitudes de efecto múltiple, con daño en los sistemas financieros son los más complejos y demorados en hallar una solución. Y eso se lo ve ahora con claridad. Todavía no están evidentes las definiciones de dilemas como los planteados alrededor del euro. Se intuye por donde deben caminar los mecanismos de solución pero las barreras políticas impiden su concreción. El temor radica en no disponer de un engranaje que asegure la corrección de las raíces del problema y rompa el módulo de inseguridad que rodea a los mercados financieros, cuyas exposiciones en países con interdicción económica los tiene atenazados y les obliga simultáneamente a su capitalización, todo lo cual deben hacerlo bajo perspectivas de una rentabilidad reducida que retrae el interés de los inversionistas.
Buena parte de América Latina mira con un poco de tranquilidad todo este complejo problema. En muchos casos está preparada para enfrentar los embates, pero todavía debe tomar medidas de consolidación. Mientras otros países no interiorizan los posibles efectos en el comercio mundial y sostienen políticas económicas en sus relaciones internacionales de baja prioridad. O no contemplan como posible la contaminación en los centros económicos del mundo emergente.