En breve tiempo, tres meses, el pueblo ecuatoriano concurrirá a las urnas para las últimas elecciones de las máximas autoridades provinciales. Desde el 23 de febrero 2014 se cerrará por tres años el sufragio universal, que aunque su máxima autoridad en este campo tiene sello presidencial y notoria inspiración venezolana, constituye la instancia que proclamará el triunfo de las máximas autoridades provinciales: alcaldes y prefectos con sus respectivos cuerpos directivos de concejales y consejeros.
Habrá muchas reelecciones, pero la más expectante será la de Quito, capital metropolitana, sede del Gobierno central y de su provincia. Sin entrar a analizar los múltiples problemas no resueltos, entre los cuales tienen magnitud la circulación vehicular, su excesivo control y deficiente matriculación, sujeta a dos cuerpos policiales, el tradicional estatal y el surgido en el Municipio; y la delincuencia casi refinada y extendida en avenidas, calles y domicilios, alcanza cobertura la reelección del alcalde Barrera cuya candidatura confunde la propaganda con la exhibición de obras futuras, controvertidas y cuestionadas como el metro, y la ampliación del aeropuerto, sin que todavía haya fluidez de vías para su acceso.
Esta elección causa preocupación en sectores ciudadanos de la capa media de la sociedad quiteña y de sus élites intelectuales, mientras hay una profunda apatía del pueblo del estado llano, que no despierta todavía del gran golpe que constituyó la estelar supresión de su Fiesta Taurina, y el otro, a la hotelería al suprimir los casinos, y las tasas impositivas como patentes y el aumento del impuesto predial.
Es la ansiedad personal de dirigentes políticos que hablan de unidad anteponiendo sus nombres, como premisa, frente a encuestas de adhesión a la deficiente gestión del Alcalde de más del 38%, a pesar de su falta de carisma.
En este escenario cuenta no solo la maquinaria municipal, que ha situado sus obras barriales y la titulación de asentamientos populares irregulares como adhesivos para el voto a la reelección. Quedan afuera la desocupación y subocupación que crecen por falta de inversiones privadas, y la ausencia total de capitales extranjeros, porque esa política se origina en las restricciones del plan gubernamental.
Otro aspirante está situado fuera de lo relatado y lo propone otro partido, en base a que en las elecciones presidenciales últimas alcanzó el 24% y pudo llegar a ser la candidatura de unidad para enfrentar la reelección, no solamente para la Alcaldía, sino para la Prefectura de Pichincha.
Al haberse cerrado ese camino, se ha abierto el espacio de cuatro años más de lo mismo que, muchos sectores ya han padecido estoicamente como habitantes de Quito, que han perdido la categoría de sentirse ciudadanos ofendidos por la subordinación de su Alcalde a la Presidencia de la República. Ya no sienten ese amor y adherencia anteriores.