En un importante diálogo sobre el futuro económico realizado bajo el auspicio de EL COMERCIO, entre varios temas, trascendió una preocupación sobre la hipertrofia del gasto público en la economía nacional. Sostuvo el expositor, economista Mauricio Pozo, basado en cifras del Banco Central, su triplicación en los últimos años, su desfase frente al PIB y la dramática comparación con países vecinos que, sin tener los márgenes petroleros nacionales, evidencian un crecimiento homogéneo de sus economías, sin riesgos previsibles en este ámbito.
Con estos antecedentes se trata de un problema de atención prioritaria para el próximo gobierno sea con los actuales actores o, si el pueblo decide, con uno alterno.
El gasto público ha crecido en una época de inusitada bonanza por los réditos que alcanzó el Fisco por un extraordinario precio del petróleo. Se priorizó el egreso y se descartó el acopio de reservas. Caso contrario, por ejemplo de Chile donde los ahorros del cobre, ayudaron a soportar la tragedia del último terremoto y el tsunami que azotó a la región central de ese país.
Por eso es un buen ejemplo comparar el gasto público con el problema de la obesidad. Cuando los ciudadanos sueltan con placer las amarras de la disciplina y engrosan bellamente su volumen corporal son declarados obesos y en el caso de que este ensanchamiento afecte a la salud o a la belleza, el proceso de reducción es cruel, lento y algunos veces con magros resultados. Algo similar pasa con el gasto público que puede crecer en su magnitud, pero cuya reducción implica una drástica política como cierres de entidades públicas noveleras, eliminación de algunos subsidios, nuevos tributos y hasta traspaso de áreas de producción de servicios a terceros privados. Salvo situaciones extremas no es viable la alterativa de una desdolarización, pues implicaría un desfase político insostenible.
Para comprender el costo de exorbitante gastos es importante repasar la situación argentina. Doña Cristina de Kirchner alcanzó su segundo mandato con un 54%. Copó ambas cámaras del Parlamento y a los treinta días empezaron los ajustes del control cambiario, limitación extrema a las importaciones, expropiaciones y otras medidas que han provocado multitudinarias muestras de rechazo que han logrado eliminar en el imaginario oficial una re-reelección. El escenario ecuatoriano -salvo un desastre natural o una baja del petróleo- no está en peligro de una crisis similar, pero los riesgos a que está expuesta la economía, de no variar, conducen a transitar por senderos peligrosos.
En estas condiciones en materia económica, mas no política, el Socialismo del siglo XXI, a pesar de triunfar, habrá concluido con los ensayos. El giro hacia el centro, así como la apertura y seguridad jurídica a la inversión extrajera y nacional será imprescindible. Es preferible convencer a los pastores que se acabó la Navidad y no desalojarlos por la fuerza.