El desarrollo del fascismo adopta en los distintos países formas diferentes, según las condiciones históricas, sociales y económicas. En algunas naciones, donde el fascismo no cuenta con una amplia base de masas, y donde la lucha entre los distintos grupos en el campo de la propia burguesía fascista es bastante dura, el fascismo no se decide a acabar inmediatamente con el parlamento, lo cual permite a los demás partidos burgueses cierta legalidad.
En otros países, donde la burguesía dominante teme el próximo estallido de la revolución, el fascismo establece su monopolio político ilimitado de golpe y porrazo, intensificando cada vez el terror y el ajuste de cuentas con todos los partidos y agrupaciones rivales, “lo cual no excluye que en el momento en que se agudiza de un modo especial su situación, intente extender su base para combinar, sin alterar su carácter de clase, la dictadura terrorista con una burda falsificación del parlamentarismo”.
Quien escribe este concepto es Georgi Dimitrov (1882 -1949) en su obra ‘La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo’. Quien cita a Dimitrov es uno de los más prestigiosos intelectuales ecuatorianos, Agustín Cueva, en su libro ‘Autoritarismo y fascismo en América Latina’, de la serie Cuadernos Políticos, que se encuentra en Librimundi.
Según Cueva, también uno de los más claros pensadores latinoamericanos, el Estado se ha constituido en un “remodelador” de toda la sociedad. El aparato burocrático es la expresión del predominio de la fracción monopólica transnacional.
Cueva sostiene que el fascismo latinoamericano no es más que un efecto del desarrollo desigual de las contradicciones de todo el sistema capitalista, incluso ha llevado a una especie de desdoblamiento regional de los componentes básicos de la dominación: coerción y hegemonía. Señala que existe una política económica del fascismo que deriva de su contenido de clase política económica del capital monopólico y de la forma en que ejerce su dominación.
El fascismo se encarga de reorganizar el mercado interior, no solo concentrándolo hacia arriba, también redefiniendo los patrones de consumo popular.
Esta doctrina acelera la recomposición del bloque dominante al barrer los obstáculos democráticos que, en mayor o menor medida, venían imponiendo límites al predominio omnímodo de la fracción burguesa nativa y sus aliados extranjeros.
Retomando la fórmula de Dimitrov, la subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación burguesa.
En América Latina, decía Cueva en los años 70, el ascenso del fascismo al poder ha significado inequívocamente una vía de consolidación del capitalismo monopolista de Estado, con todo lo que ello supone, incluso como redefinición de las funciones económicas del Estado.