Y ahora ¿qué?

Mientras se enfrascan en teorías absurdas y ocultamientos sobre si hubo o no matanza en la selva, si las niñas taromenani han sido raptadas o "rescatadas", mientras se minimiza la tragedia ocurrida sin el menor atisbo de sensibilidad hacia los grupos indígenas, mientras se discute si es cosa del modelo neoliberal o si se trata de un tema de ineficacia evidente del Estado en cuanto al cumplimiento de las medidas de protección -o culpa del ruido de un generador petrolero o de latas de sardinas que han llegado quién sabe cómo-, habrá que tomar algunas medidas, discutirlas y trabajarlas, como país que verdaderamente "ama la vida".

Que se devuelva toda la plata gastada en promocionar el dichoso Yasuní (libros, fotos, stands, publicidad, viajes, paseos, hoteles, foros) y que se inviertan esos dineros en verdaderas medidas de protección a estos pueblos, que son el verdadero patrimonio del Ecuador, el verdadero tesoro del Yasuní.

Que se reconozca que estos pueblos, tageri-taromenani, no solo están en la Zona Intangible, "lejos del petróleo", sino que se diga claramente que sí existen, que hay casas de ellos, en el Bloque 14, 17, 31, 16 y en el Curaray y que las evidencias de su presencia tienen que implicar serios compromisos para cumplir la Constitución y las leyes que los protegen.

Que se diga claramente que no son pueblos libres sino pueblos forzosamente desplazados, que están acorralados entre las vías Auca y Maxus, en un territorio demediado, tanto por el petróleo como por la frontera agrícola y que se trata de un territorio compartido entre pueblos que no son muy hermanos.

Que se destinen recursos urgentes para que quienes vivan en sus cercanías puedan estar seguros. Que se trabajen compensaciones a quienes viven en esa frontera peligrosa a condición de que se cumplan ciertas normas mínimas de convivencia. Es decir, que de las leyes salgan reglamentos concretos y normas de convivencia.

Que se monitoree permanentemente la ubicación de estos pueblos a fin de garantizar su vida, con moratorias temporales, al menos, en los lugares donde ellos estarían más vulnerables. Que se inviertan recursos para trabajar con los waorani para que ellos puedan buscar caminos de paz y entendimiento con sus vecinos. Que se investiguen esas incursiones mortíferas por aire y por tierra y a sus responsables.

Que se debata seriamente en qué hacer, de manera eficaz, para evitar más muertes en la zona y para que estos pueblos, que están en peligro constante, tengan alguna garantía de supervivencia y de tranquilidad.

Va siendo hora de debatir sobre esas medidas de protección. Eso, claro, si realmente los queremos defender y proteger. Que las muertes de niños, de hombres y mujeres de las profundidades de la selva, sirvan, entonces para proteger a los que quedan.

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