Los resultados conducen a conclusiones sobre las elecciones en Venezuela y Colombia. En el país llanero se produjo una reacción ciudadana mucho más racional y productiva que la colombiana. Se ha dado una suerte de segunda vuelta de realizarse en tiempo indeterminado, pero no lejano. La mayoría no votó y deslegitimó radicalmente el triunfo amañado de Nicolás Maduro.
En el caso colombiano los números reflejan que los candidatos de centro izquierda suman más que el uribista de derecha. Sin embargo, a pesar de desarrollo institucional, de una experiencia política forjada en guerras y pesares, así como de un nivel académico de primera línea no han sido suficientes para que los actores políticos comprendan las ventajas de una concertación oportuna para lograr una victoria en la primera vuelta o que piensen ingenuamente que los endosos para la segunda son automáticos.
Así como asombra que el electorado venezolano, en más de un 50 %, valientemente no concurrió a votar en la farsa de reelección; en Colombia desconcierta – no lo de Duque- que Gustavo Petro haya obtenido 25,10 % y Sergio Fajardo el 23.76%. Olvidaron que las sumas para una segunda vuelta no son automáticas. Por eso, con esfuerzo y apoyo ordenado del ‘establishment’ conservador-liberal colombiano, lo más probable es que Iván Duque sea el próximo mandatario de Colombia.
El caso de Venezuela, por la seriedad que merece la suerte de un pueblo que sufre por un objetivo cruel como es el socialismo del siglo XXI, es importante analizar los que significa la abstención de un 52% . En una primera lectura el resultado oficial es el triunfo de la opción que sigue el itinerario establecido por alcanzar el paraíso del siglo XXI por la vía patentada de la reelección indefinida. Por eso no se discuten los resultados, pero la gran abstención es otra cosa: inédita y libertaria. Es la proclama de un pueblo inclaudicable como sus ancestros. No es un triunfo atribuible a un partido, a una coalición o a un líder. La mejor explicación está en el editorial de El Nacional de Caracas del 22 de mayo:
‘La abstención se fue haciendo paulatinamente un sentimiento nacido en los intereses del votante, una decisión promovida por los padecimientos de cada cual, por la sensibilidad de cada quien, que salió de lo individual para convertirse en fenómeno colectivo sin una dirección visible y concreta. Cada votante tenía un argumento particular para no votar, o quizá no lo tuviera, o no le expresara cabalmente. Un conjunto de espontaneidades que parecía trivial, de decisiones descoyuntadas en las cuales no se advertía consistencia, pero que adquirió la solidez del acero y el poder de las armas letales para desembocar en un acontecimiento que, así como debe preocupar a la dictadura “triunfante” después de la olímpica patada que recibió, debe poner a pensar a los líderes de la oposición antes de que se atribuyan la paternidad de la criatura’.
anegrete@elcomercio.org