Votar en dictadura

Hay una diferencia fundamental entre el Sistema Electoral ecuatoriano y el venezolano. En las tierras que en el pasado honraron Bolívar, Sucre, Rómulo Betancourt y muchos otros, el voto es optativo. En el caso ecuatoriano, obligatorio.

En las proximidades de la reelección de Nicolás Maduro, similar a la de Putin en Rusia, el voto no es ningún índice confiable para valorar la aceptación o repudio al régimen chavista por el férreo control autoritario sobre el pueblo.

Además, dos elementos conspiran contra la trasparencia y seguridad del sufragio: la fragmentación de la oposición respecto a votar o abstenerse y la oferta oficial de abastecimiento junto a las urnas del sufragio (Carnet de la Patria).

En el caso de la oposición venezolana la situación oscila entre lo trágico y lo ridículo. La confusión no es política ni ideológica, sino táctica: no se analiza el valor histórico del voto derrotado en el caso de una competencia histórica o de trampas ideadas por una dictadura que se jacta de legitimarse en las urnas. Desconocen los abstencionistas que Rafael Caldera en esa tierra, Salvador Allende en Chile y Rodrigo Borja en Ecuador perdieron y se levantaron varias veces, pero siguieron con fervor la ruta del compromiso y ganaron. El eslogan en la mitad del mundo fue emblemático: “la lucha continua…”

Los abstencionistas no repasan las victorias que se han logrado como cuando se derrotó a Hugo Chávez en el plebiscito del 2007. Sin embargo, Chávez en el referéndum del 2009 lo gana y asegura el periodo 2013-2019. También olvidan los desesperanzados, el triunfo arrollador de las elecciones legislativas del 2015: 112 curules de 167. Finaliza esta era con el plebiscito revocatorio opositor que alcanzaron una convocatoria abrumadora frente a la Constituyente gubernamental del 30 de julio 2017. El recuento termina con la torpeza, desunión y descuido que permitieron que el gobierno barra en las elecciones regionales el 6 de diciembre de 2017.

Conclusión: el triunfo es casi imposible en las elecciones organizadas por Maduro, su carnal Diosdado y la cúpula militar; pero, el margen cuantitativo de oposición al candidato único puede ser importante o significativo; por su parte, la abstención seguirá siendo un grito en alta mar con un eco desaforado en el espacio infinito.

En Ecuador se recuerda la abyecta práctica de llevar en camiones a los trabajadores agrícolas, principalmente de los grandes latifundios de la sierra a votar, así como en los suburbios costeños por la promesa de una casa.

La trampa se modernizó en Montecristi: el método electoral D’hondt, la circunscripción de los distritos y la eliminación de los votos blancos y nulos. En el primer caso ganan las mayorías; luego se quiebran lo grandes bastiones de la lista única y, finalmente, votar nulo o blanco es como hacerlo a la salida de un cine o de un estadio.

¿Cambiará esto?

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