Volver al pasado

Nos acercamos al nuevo proceso electoral y el escenario empieza a enturbiarse con una proliferación de postulantes que afloran casi a diario para optar por la presidencia del país. La mayoría no merecen siquiera una mención, así como seguramente tampoco merecerán el favor de los votantes.

En todo caso, con muchos o pocos actores secundarios, se vislumbra una contienda turbulenta entre los candidatos más opcionados, dos en principio, tres quizás más adelante, que concentrarán en ellos la gran atención de los medios y de los electores. 
Aprovechando esa antipática muletilla de fuego cruzado con la que unos acusan y otros se defienden de volver o no al pasado, es importante que los aspirantes refresquen su memoria sobre aquellos hechos que han llevado a la población a hartarse de los políticos y a sentir asco por la política, por la del pasado y también por la del presente que no resulta distinta a la de otras épocas. 


Por ejemplo, algo que no se debe tolerar en el futuro es otro gobierno hiperpresidencialista en el que todas las funciones que forman los cimientos de la democracia estén controladas y subyugadas por una sola persona. Tampoco deberíamos aceptar más leyes que restrinjan y limiten nuestros derechos en lugar de ampliarlos y protegerlos, ni permitir que ningún gobierno en el futuro coarte nuestra libertad o se entrometa en nuestra vida privada, ni pretenda controlarlo todo y vigilarnos a todos como si fuéramos protagonistas del Gran Hermano de Orwell o de una película gris sobre los caducos regímenes socialistas.


No debemos volver a ese pasado asfixiante en el que los gobernantes derrochaban a manos llenas y se farreaban el dinero público en verdaderas orgías de gasto, corrupción y endeudamiento, y dejaban la cuenta para que sea el pueblo en pleno chuchaqui y en su lánguida economía el que termine pagando la fiesta.


No queremos que regresen jamás los tiempos en que la justicia era un fundo dominado por un cacique y los jueces un ejército de servidores obsecuentes. No queremos ver nunca más una legislatura llena de matones y puñeteros, pero tampoco un refugio de levantamanos, mediocres y sumisos. No queremos gobernantes déspotas, insultadores, pendencieros, bailarines o cantantes, y tampoco nos interesan las deidades, las majestades ni los soberanos.

No queremos a las Fuerzas Armadas encaramándose otra vez en el poder, pero tampoco las queremos humilladas. No queremos golpes de Estado ni viejas prácticas conspiradoras ni gobiernos a perpetuidad. 
Queremos, eso sí, vivir en democracia plena, en esa que solo se alcanza con división y equilibrio de poderes.

Queremos, eso sí, sentir la libertad, la que solo se logra con el respeto irrestricto a los derechos de los demás. Queremos, eso sí, un tiempo de sosiego, un largo período de estabilidad. Queremos, eso sí, un estadista que dirija el destino del país con altura y compostura, y nunca más repetir aquel pasado de oprobio, descomposición, confrontación y vergüenza.

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