Los tiempos complejos como los que atraviesa el país por la crisis que se intentó ocultar y apenas fue descubierta y la empobrecida imagen internacional obligan a centrar las cosas.
La sana lógica aconsejaría que en materia de la reinserción del Ecuador en el mundo, más allá de discursos rimbombantes y costosas gestiones para diplomas de dudoso merecimiento y lucimiento personal, es indispensable recomponer un equipo fuerte, formado, consistente, profesional, capaz de acometer en las múltiples tareas que exige el frente externo.
Un aspecto fundamental es el de un discurso coherente en ese frente externo que apuntale las múltiples gestiones en materia de comercio exterior. Lo que parece una tarea oportuna, perspicaz y sostenida, en el caso del ministerio del ramo, para que el acuerdo con la Unión Europea arroje mejores y más significativos frutos, debe ser acompañado por visiones abiertas que dejen los discursos excluyentes. El saber escoger los aliados, ¡cuánto importa¡, para tener una visión pragmática y que beneficie a los intereses nacionales. Esos intereses son de todos, por supuesto, de los empresarios que exportan, para mejorar sus ingresos y que paguen más impuestos y, sobre todo, generar múltiples plazas de trabajo estable y elevar los sueldos de los trabajadores. Es un tema clave que solamente con políticas sostenidas se puede conseguir.
Hace algo más de una década se desdeñó el TLC con Estados Unidos. Ahora cuando ya Donald Trump ha hablado contra la apertura, nuestro discurso cambia, pero las perspectivas de acuerdos con EE.UU. , preservando la soberanía y haciendo buenos negocios para los ecuatorianos, luce clave.
Cabe mencionar que hoy se advierte una gestión que luce ágil y audaz como la propuesta turística, una oportunidad para conseguir que los ansiados dólares lleguen al Ecuador. ¡Bien por ello!
En el frente externo la formación y crédito de las personas importa y mucho. Lucen muy acertados los nombramientos recientes de diplomáticos de la talla, experiencia y competencia académica y calidad humana como los de Francisco Carrión -que ya presentó sus cartas credenciales en la Casa Blanca-, Luis Gallegos, que irá con su cúmulo de saber y altura a Ginebra, ante las Naciones Unidas; y la figura de relativa juventud pero mucha formación y buen criterio de José Valencia, para sortear las tormentas frecuentes de una Organización de Estados Americanos con problemas que merecen buen pulso y sano equilibrio.
Tal vez el Presidente debiera considerar otros cambios de alto nivel, que den al país y al mundo señas claras de la línea que quiere marcar. Hay un listado importante de diplomáticos de carrera bien formados, labrados en los años duros de las tensiones fronterizas y con entereza humana y buen talante para los exigentes retos de la hora.
Varios de ellos están en activo, otros han dejado la carrera para la que los preparó el país. Pueden volver. Hace falta un análisis con criterio patriótico y sentido de futuro.