Voluntariado periodístico

Los periódicos no se consideraban un negocio en el siglo XIX. Eran un servicio que no se autosustentaba. Los anuncios publicados eran escasos y hasta inexistentes. El producto de las ventas era irrisorio. Por ello, siempre necesitaban apoyo para sostenerse. Ese apoyo venía del trabajo voluntario de quienes los redactaban y de aportes de personas con recursos que tenían interés en que se orientara al público en determinado sentido. La mayor parte fueron publicados por la oposición política. Los gobiernos financiaban oficiosamente órganos privados para que los defendieran y atacaran a sus adversarios. Por ello, el medio duraba tanto como las donaciones que recibía.

Algunos de los periódicos más permanentes lograban mantenerse porque algo recaudaban de anuncios o porque tenían asignaciones más fijas, entre ellas, las "suscripciones" que se pagaban por adelantado como un mecanismo de apoyo. En algunos casos, el dueño de la imprenta, que tenía ese negocio, publicaba también un periódico utilizando la maquinaria existente.

No existieron en el siglo XIX periodistas que podríamos llamar "profesionales", pero varias personas se dedicaron a la producción periodística como una actividad fundamental. Algunos periódicos, sobre todo los de larga duración, tenían alguien que los sostenía, cumpliendo variadas tareas. Aunque excepcionalmente hubo personas que se dedicaban solo a la prensa, por lo general se trataba de profesionales, profesores, propietarios, que combinaban sus labores propias con la edición del periódico. Este responsable pedía los artículos, recibía el correo y lo preparaba para impresión, escribía personalmente el editorial o alguna columna, se entendía con los impresores, corregía las "pruebas" en el taller y organizaba la distribución. Todo el mundo sabía quién estaba a cargo del periódico y acudían a él para gestionar noticias o avisos.

Siempre existía, además, un grupo de personas que colaboraban en forma voluntaria con sus escritos. Eran notables, políticos, profesionales, hacendados o burócratas que tenían otros ingresos. Aunque desde el tiempo de Eugenio Espejo, hombres escribían con seudónimos femeninos, la incorporación de la mujer a la prensa fue tardía. En 1871, "El Espejo" de Guayaquil incorporó por primera vez algunas señoras a su lista de colaboradoras. No recibían paga y consideraba su actividad como "contribución a la causa", sabiendo que sus escritos llegaban a tener influencia en los lectores. Por lo general ponían su nombre, aunque también era común que escribieran con seudónimo.

Cada periódico tenía "corresponsales" en otros lugares, que enviaban sus escritos o conseguían textos para publicación. Su función era muy importante, ya que sus versiones de los hechos eran leídos por mucha gente en las plazas, cantinas y tertulias familiares.

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