Quienes, dentro del trabajo periodístico, estuvimos en las erupciones del Guagua Pichincha y del Tungurahua, al finalizar la década de los 90, entramos en un proceso de aprendizaje que incluyó, principalmente, responsabilidad en el manejo de un tema tan sensible. El proceso fue para todos: autoridades nacionales, locales, organismos de socorro, de atención de emergencias, sector privado, comunidades…
Uno de los grandes paraguas que tuvo este comportamiento fue la credibilidad, primero, y la accesibilidad, después, al trabajo del Instituto Geofísico de la Escuela Politécnica Nacional. Su información y el acercamiento a cada una de sus áreas y técnicos fueron vitales para generar noticias oportunas de lo que ocurría. La información que se emitió en esos años, por ejemplo, ayudó a que las autoridades de la entonces Defensa Civil y de los municipios vinculados con estos eventos ajustaran acciones y procedimientos. Igual ocurrió con los ministerios.
Albergues sin responsables o equipamiento aparecían a diario, errores en los planes de prevención o desaciertos en la capacitación, tanto en Tungurahua como en el Distrito Metropolitano, eran frecuentes. La prensa informaba de esos eventos sin temores, ni espadas de Damocles pendiendo sobre sus cabezas. Es más, ante ese tipo de información, dentro de estos procesos sociales y colectivos de aprendizaje, había la correspondiente respuesta de la autoridad. En este punto salíamos ganando todos; no es para menos, esa ganancia se contabilizaba, principalmente, con vidas salvadas, tras acertadas decisiones.
De estas experiencias lo saben, con autoridad, técnicos que aún están en el Geofísico. Por eso, se vuelve una prioridad que la generación de información sea más fluida, más constante y más completa. Esto va en beneficio de la población. Con las experiencias del pasado, podemos concluir que no hay mejor escenario que una población bien informada, que la relación entre autoridades (locales y nacionales), expertos y medios genera respuestas positivas en cualquier desastre.