Jorge Valdano, el cerebral jugador argentino que metió el segundo gol de la final de México 86 (sí, el Mundial de Maradona) contaba que ese rato no se dio cuenta de la verdadera magnitud de lo que acababa de hacer. Recién lo supo al año siguiente, cuando trotaba por el parque conectado a un programa deportivo que recordaba la hazaña y, al escuchar por primera vez la narración de su gol por parte de un famoso cronista argentino, le invadió una emoción tal que se detuvo y rompió a llorar.
A Valdano, que también jugó para el Real Madrid, la cabeza le sirve para mucho más que cabecear y ha escrito varios textos sobre fútbol. Aquí, en esta anécdota del parque, toca una tecla clave de nuestra experiencia de la realidad; a saber, que el relato es más importante que el hecho mismo. O, si se prefiere, que los hechos solo adquieren su verdadero valor, incluso para el protagonista, al convertirse en narración y memoria.
A veces el asunto puede ser de vida o muerte, pero funciona. En la época de Allende algunos ecuatorianos estudiábamos en Chile y nos agarró de sorpresa el golpe de Pinochet. Un amigo tulcaneño que vivía a tres cuadras de La Moneda fue despertado por un soldado que lo apuntaba con su fusil. Estaban peinando el sector y lo bajaron a pararse en la acera contra la pared, junto a otros melenudos. ‘¿Tuviste miedo?’, le preguntamos. ‘Al principio sí, pero después pensé que si me fusilaban no importaba mucho porque ya no iba a contarle a nadie’. ¡Guau! Han pasado 40 años y tengo fresco el vértigo epistemológico generado por esa frase que puso a un pastuso a la altura del ex dirigente del Real Madrid. La vida solo tiene sentido si es contada. Cuento, luego existo. Lo demás es lo de menos.
Esto se encadena rítmicamente con aquella frase desconcertante que el historiador Plutarco atribuye a Pompeyo, un general romano: “Navegar es necesario, vivir no es necesario”. Frase que hizo historia y la llevaban tallada los navegantes portugueses en la proa de sus naves en el siglo XVI, cuando andaban descubriendo los mares del mundo. Al leerla por primera vez era yo un tenaz cronista de viajes y recuerdo que me pregunté: sí, ¿pero navegar para qué? Pues para volver a puerto a contar el viaje. Solo al ser escuchado ese viaje cobra su verdadera dimensión. Caso contrario se pierde en el oleaje del tiempo.
Para eso nació la crónica, para registrar los hechos. Al principio los cronistas eran aedos que versificaban la historia para difundirla a viva voz. Al principio y al final, desde Homero hasta Caetano Veloso. Acabo de enterarme que el brasileño tiene una canción, ‘Os argonautas’, sobre la frase tallada en las naves. Si le preguntaran a él, quizás corregiría: ‘Cantar es importante, vivir no tanto’.