Amargados del mundo, resignaos a la congestión vehicular diseñada para uno de los círculos del infierno de Dante y ocasionada por los varios desfiles que festejan a la ciudad; ecologistas infantiles y dueños amorosos de perros, manden de pasantía a Suecia a su can para que en Quito los juegos pirotécnicos no le hagan añicos los nervios; pueblo envidioso y sublevado no chiste ni ponga los ojos en blanco cada vez que un concurso de belleza dé a luz a una nueva ‘soberana’ quiteña.
Y una última advertencia: no canten victoria cuando el ocaso del 6 de diciembre haya llegado, porque la semana de tortura habrá terminado, pero la lógica que la volverá a implantar el año que viene, y el que viene, y el que viene… al parecer es a prueba de balas.
Bromas aparte, ¿de verdad nunca se han preguntado por qué hacemos lo que hacemos y si no habrá una forma distinta de hacerlo? El miércoles pasado, cuando el caos vehicular ocasionado por el desfile de 3 000 comerciantes en el Centro de la ciudad duplicó el tiempo los trayectos, ocupé los 25 minutos extra que permanecí encerrada en el carro para tratar de responder a estas dos preguntas. Y en ese lapso surgieron un par de alternativas a estas actividades que muchos siguen llamando cívicas, aunque poco abonen a la convivencia ordenada y respetuosa que supone el civismo.
Perdón por mi cortedad de vista, pero ¿qué tienen de cívicos el caos, el malestar y el malhumor de que se impregna el ambiente cuando un desfile de unos pocos convierte a varias calles en trampas sin salida? Así, dan ganas de gritar: ¡Que viva Quito, pero que viva lejos!
Por ¿paternalismo? o por la insufrible corrección política que nos aqueja, nos privamos del saludable ejercicio del cuestionamiento; de la necesaria innovación de los rituales que requiere la vida en sociedad. De hecho, solo por el tufo marcial, feudal, monárquico que en general envuelve a este tipo de desfiles ya habría suficientes motivos para replantearse esta práctica. Súmenle todo el caos que ocasionan y cuéntenme qué opinan.
Y para que no todo sea queja, propongo: qué tal si los comerciantes (y otros ‘desfilantes’) el próximo año en lugar de salir disfrazados a bloquear las calles, se reúnen a buscar salidas a problemas como los de la alta producción de basura; a hacer reforestación en parques y parterres; a aportar con soluciones para combatir a la delincuencia que les hace la vida insufrible a ellos mismos en los mercados. Y que el Municipio implemente las medidas más viables.
Que haya cosas que se han hecho toda la vida de una manera, no quiere decir que tengan que hacerse así ad infinitum. Qué tal si ustedes también esbozan un par de alternativas, ahora que van a tener tiempo de sobra para pensarlas y pulirlas, atascados en algún tumulto vehicular en los cuatro días para ‘festejar’ a Quito que aún quedan. A ver si juntos logramos dar con algunas razones para ya no tener ganas de gritar: ¡Que viva Quito, pero que viva lejos!