¡Viva Quito sin toros!

La suspensión de la Feria de Quito Jesús del Gran Poder es una de las más fabulo-sas y alentadoras noticias que nuestra ciudad recibe en el 2012. ¡Viva Quito sin toros!

Mi abolicionismo tiene un especial condimento, soy descendiente directo de Abel Guarderas, el promotor de la plaza de toros Belmonte y crecí en-tre aficionados. Pero precisamente –adelantando mi último argumento– el progreso implica la superación de viejas ideas, modas, costumbres. Como bien dice la canción interpretada por Mercedes Sosa, “Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo”.

Esta evolución no es un producto reaccionario, fruto de una necesidad de renegar de mis raíces –no tengo el más mínimo empacho con ellas– sino de la razón. Es por eso que recomiendo, a todos quienes quieren entretener un debate fértil, mirar las ponencias que se llevaron a cabo en el Parlamento de Cataluña cuando se prohibieron las corridas en el 2010. En estas exposiciones se debatieron algunos de los argumentos que fundamentan mi posición.

Para empezar, a pesar de la estética del espectáculo, la corrida de toros es incompatible con la concepción contemporánea de arte. La expresión artística es un medio de desahogo a través de la ficción. El arte no es la realidad, pero precisamente por eso nos permite expresar nuestros impulsos más abrumadores. En el teatro de la antigüedad, el esclavo remplazaba al actor en el momento de la muerte; ahora consideraríamos eso como una tragedia real, poco artística a pesar de la belleza del espectáculo.

En cuanto a la libertad, recordemos que si cada individuo da rienda suelta, nos toparíamos con un ‘Estado de Naturaleza’ como el descrito por Hobbes, lleno de crueldad y caos. Los límites a la libertad son necesarios para la vida en sociedad. De la misma manera que no permitimos un grafiti en la iglesia de La Compañía –por más artístico que fuere–, límites de-ben ser admitidos cuando interfieren con otros valores.

Por otro lado, es ilógico decir que se deben postergar esfuerzos abolicionistas mientras no se resuelvan otros problemas prioritarios. Tomando el ejemplo del profesor Pablo de Lora, esto equivaldría a decir que no hay que castigar a ladrones mientras todavía campeen violadores o asesinos.

Pero, sobre todo, hay que tener el coraje de desapegarse de las enseñanzas tradicionales / familiares. Hay que cuestionar la autoridad moral e intelectual de nuestros antepasados; el amor familiar o el paso del tiempo no pueden justificar que aceptemos como intocable la religión que nos impusieron, las ideas que nos enseñaron o el modo de vida que nos desearon.

No se trata de renegar el legado de las generaciones pasadas; precisamente la mejor manera de honorarlas es demostrando nuestra evolución.

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