La revista liberal “The Economist” no es tímida para criticar; por ejemplo, es una asidua adepta del “French bashing” que es la práctica habitual en medios anglosajones de atacar duramente el comportamiento político-económico francés (y que con Hollande se ha puesto muy de moda). Pero pocas veces ha arremetido tan fuertemente contra un político como lo ha hecho con Berlusconi.
En junio de 2011, en su portada, sobre la foto de un sonriente Berlusconi tituló “The man who screwed an entire country” -El hombre que estafó (aunque también se puede traducir por destruyó, demolió, enterró) un país entero-; la revista recordó el bochorno que el político hizo pasar a Italia, quien vio a su Primer Ministro acusado de pagar a menores de edad por sexo en las famosas fiestas “Bunga bunga”. También resaltó el chorizo interminable de acusaciones de fraudes fiscales, tráfico de influencias, contabilidad falsa, sobornos, etc., que el político dribló toscamente escudado de su inmunidad parlamentaria, la prescripción de sus crímenes, o cambiando leyes para despenalizar sus delitos.
Pero sobre todo la revista lamentó el descalabro económico que ese señor ha supuesto para Italia. Basta con un dato, en la década del 2000 al 2010 solo Haití y Zimbabue tuvieron una evolución de PIB menor al de Italia.
En efecto, es difícil encontrar un político igual de nefasto para la imagen y el desarrollo de un país. En el 2010 Wikileaks reveló lo que la misión diplomática americana pensaba de Berlusconi: lo calificaban de “frívolo”, “con dificultad para tomar decisiones”, con “tendencia a las fiestas salvajes”, repleto de “meteduras de pata”, que “a menudo expresa opiniones divergentes” y con un “estilo pistolero “.
Los últimos meses el “patriotismo” del político llegó a su paroxismo cuando chantajeó para mantener su libertad. Tras múltiples avatares judiciales finalmente se consiguió una condena definitiva e inapelable por fraude fiscal de 4 años. Frente a la posibilidad de que el Senado vote para expulsarlo, despojándole de su adorada inmunidad, amenazó con retirar su partido de la coalición de Gobierno. La amenaza era creíble; en Italia las mayorías parlamentarias son esenciales para la estabilidad del Gobierno y un resquebrajamiento en el actual bloque paralizaría al país. Básicamente planteó algo así como “si caigo yo, caemos todos”.
Afortunadamente la amenaza no le funcionó, su carisma ya no pudo mantener ciega la lealtad de varios parlamentarios. A las 17:43 de este miércoles, il Cavaliere no logró otra manipulación del sistema y perdió su condición de senador.
Italia es un verdadero paraíso, cuna de pensadores, de arte y de belleza; no se merecía estar bajo el yugo de un tirano de la calaña de Berlusconi. En el país del Renacimiento es hora de un nuevo renacer .