El papa Francisco estremeció al mundo desde el momento mismo en que hizo su primera aparición pública, al ser elegido sucesor de Pedro, jefe de la Iglesia Católica y del Estado vaticano.
Su humildad y la sencillez con que asume su condición humana brillaron desde el primer momento, cuando pidió al pueblo que le ayudara a ejercer su ministerio pastoral implorando la ayuda divina. Introdujo importantes cambios simbólicos en el trajín diario del papado, eliminó las manifestaciones tradicionales de solemnidad y distancia que aún persistían, tomó disposiciones para sanear la administración de la Iglesia, resolvió transparentar con valentía los errores y desviaciones de la institución y de algunos de sus integrantes, se confesó pecador, como todo ser humano, y pidió perdón. No se erigió en juez y fiscal de nadie. “¿Quién soy yo para juzgar?”, preguntó públicamente más de una vez. Y con su conducta ha venido predicando el amor al prójimo, la tolerancia, la sencillez y la solidaridad.
No guarda rencor ni resentimiento con nadie. Más de una vez ha recibido a la representante del poder que, más de una vez, le hiciera caso omiso cuando era obispo de Buenos Aires, y que ahora le busca interesadamente.
El Papa no tiene timidez para adoptar las decisiones que le parecen correctas, como cuando propició el diálogo entre Cuba y los Estados Unidos de América, diálogo que está transformando la geopolítica de nuestro hemisferio y que tiene un impacto mundial cada vez más evidente, como lo demuestra la reciente visita del Presidente de Francia a la isla caribeña.
Y acaba de anunciar, de manera transparente, que el Vaticano ha resuelto reconocer al Estado palestino, decisión que, sumada a la adoptada por cerca de 150 Estados, ejercerá una importante influencia en el tratamiento del problema de Oriente Medio.
Cuando nos anunció oficialmente su visita, algunos en el Ecuador se aventuraron de inmediato a explicar sus motivaciones: “Es porque ama mucho y siente preferencia por el pueblo ecuatoriano” dijeron; es porque ha resuelto visitar “la periferia pobre de América Latina” interpretaron otros.
Y así comenzó el impertinente intento de explotar de manera política la anunciada visita. Los arreglos relativos al itinerario del Papa en nuestro país parecerían estar matizados por esas consideraciones políticas: ya produjeron su primera víctima en la Gobernación del Guayas.
Recibamos al Papa con el afecto que ha conquistado en todo el mundo por las características de su personalidad. Desvístase el poder de sus prepotencias, vanidades, egoísmos y certezas. Veamos todos en la visita una ocasión de reflexión y seria autocrítica. Y escuchemos todos esa voz humana, llena de autoridad divina, que nos predica la humildad, la tolerancia, el respeto y el amor de los unos a los otros.