La violencia es la principal preocupación de los jóvenes latinoamericanos, más que el paro o la economía. Es una de las conclusiones a las que llega el primer sondeo hecho en América Latina entre jóvenes de 20 países, incluido el Ecuador.
A la luz de la violencia que padecemos lo que está en juego es el mismo concepto de desarrollo. Entre nosotros, las políticas oficiales y sus medios de propaganda tienden a identificar desarrollo con bienestar económico. Lo cierto es que, para vivir en una sociedad democrática y desarrollada, se necesita algo más que tener casa, carro y vacaciones. Sin paz no puede haber desarrollo y sin desarrollo no puede haber paz duradera… Pero el desarrollo tiene que ser integral, incluyente y equitativo.
La crónica roja refleja, de forma inmisericorde, la gravedad del problema: cada día es un desfile de hombres y de mujeres asesinados o desaparecidos, la gran mayoría todavía jóvenes. Al dolor de los deudos, con sus gritos ante las cámaras, hay que añadir la sospecha del exceso, de una vida desubicada, dispuesta a todo con tal de ganar un poco de plata.
Las imágenes terribles son el contrapunto de los discursos oficiales: el lenguaje tecnócrata de nuestros funcionarios todo lo explica y lo justifica. La realidad de la calle es diferente. Detrás de un sicario y de su víctima hay alguien roto, desposeído de amor, de cultura y esperanza.
Resulta imposible construir un país libre, ético e incluyente, en medio del ahogo de tanta sangre, de tanto dolor. Lo terrible de esta historia es que nos hemos acostumbrado a ella. Cuando los hebreos estaban esclavizados en Egipto, lo peor fue la acomodación, el hecho de acostumbrarse a llevar cadenas.
¿Será verdad que vivimos en el mejor de los mundos? Los jóvenes nos recuerdan que, más allá de las propagandas oficiales, el desarrollo no se mide por las cifras de la macroeconomía, sino por la seguridad, la calidad de la vida, el desarrollo ético, el futuro sostenible, la educación y el trabajo.
Ojalá hubiera soluciones mágicas, pero no las hay. Se requiere una visión y una voluntad política de largo plazo que desemboque en un acuerdo nacional por la seguridad ciudadana que a todos, gobierno, sociedad civil, Iglesia,… nos implique y comprometa. Se me ocurren algunas cosas que habría que propiciar: Lo primero, hay que promover un desarrollo en el que la persona esté en el centro de la preocupación política. Hoy pensamos, sobre todo, en el consumidor, sin importarnos demasiado los sentimientos y los valores. Lo segundo, hay que acabar con la impunidad, con la lentitud de la justicia, con la politización del sistema judicial y con su manoseo político, ayer de un color y hoy de otro. } Lo tercero, hay que combatir con decisión los “disparadores del delito”: el alcohol, las drogas, las armas. Y algo más: la falta de educación, de trabajo, de oportunidades para tantos jóvenes que ven en el mundo delincuencial su único futuro.Alguien, algún día, ¿nos contará cuál es el impacto ecnómico de la inseguridad, de la violencia, de la sangre derramada?