Nos faltan tres. Se llaman Javier Ortega, Paúl Rivas y Efraín Segarra.
En el periodismo reina una pasión que empuja al comunicador para llegar hasta el corazón mismo de un suceso y comunicar al público su “noticia exclusiva”, a pesar de cualquier riesgo.
Los tres están en manos de ex guerrilleros. Sus directivos firmaron un Acuerdo de Paz con el gobierno de Colombia; casi todos entregaron las armas. Los que no lo hicieron, ingresaron en el campo delictivo puro.
Se consuman secuestros por diferentes motivos: el político, es el menos peligroso. Aumenta la peligrosidad cuando lo hacen para exigir rescate, a veces muy elevado. El más peligroso es el secuestro para protección del negocio de drogas, que ha convertido a nuestro Ecuador en una especie de bodega, con depósitos cercanos a la playa para embarcarlos en vehículos rápidos y entregarlos en alta mar.
¿Con cuánta tranquilidad, en adelante, podrán vivir los habitantes de la costa, ante el temor de sufrir el embate de sujetos desalmados al servicio del narcotráfico? ¿Y de quienes van de vacaciones a las playas? ¿Qué puede suceder con las víctimas secuestradas? El sufrimiento de los primeros días y las descargas de adrenalina consiguen una especie de anestesia espiritual. Pocos días más, el secuestrado siente menos hambre, sed, sueño y permanece en ese estado por días y más días.
Cuando es liberado, la primera impresión es que nada le ha sucedido. Amigos lo felicitan, pero todos incurren en el error de pedirle que relate su reciente tragedia. El relato se repite una y otra vez; y, de pronto, toda la angustia contenida durante el secuestro se manifiesta en emisión de llanto.
No importa, entonces, la vieja lección de que los hombres no lloran, porque el llanto es incontrolable; y, al propio tiempo, el remedio.
¿Cuál puede ser la suerte de los tres que nos faltan? Por experiencia personal y por convicción que se resume en la máxima, “Nadie muere la víspera”, producto de la experiencia de tantas generaciones y de religión, parece cierto que, para todos y cada uno de nosotros, están fijados un día y una causa para su partida. Le llamamos “destino” y, en términos religiosos, “la voluntad de Dios”.
Pienso que los tres volverán sanos y salvos. Su hora de partir no ha llegado.
La presión pública que comenzó con la protesta de periodistas activos, de familiares, de la prensa, radio y TV; la poderosa influencia de la Iglesia Católica y de entidades periodísticas del extranjero, no debe decaer, sobre todo si se tiene en cuenta que los autores del secuestro defienden grandes intereses económicos y tienen larga experiencia en actos similares. El narcotráfico gana espacio y consumidores en nuestro país. Mañana pueden ser más. La respuesta nacional debe ser radical.