Ojalá que este año a ningún ensayista trasnochado se le ocurra redescubrirnos por enésima vez a Pablo Palacio. Nada hay más provinciano y patético que permanecer atados a un escritor que publicó su cuento más famoso en 1927, y seguir alimentando la leyenda del genio injustamente olvidado, a pesar de que Benjamín Carrión ya lo incluyó en su ‘Mapa de América’ de 1931, cuando Palacio tenía 25 años, y de que fue admirado en el Quito de los años 30 hasta que se volvió loco y fue recluido en el Lorenzo Ponce.
Andaba yo en sexto curso cuando el profesor de literatura, Eduardo Ledesma, poeta lojano, me llamó aparte: “Usted que es inquieto va a preparar el escritor más complicado: Pablo Palacio”. Conocía a la Generación del 30 pero no había oído de Palacio, así que me puse a buscar y a leer, como solo se lee a los 17 años, con pureza y capacidad de asombro, todo lo que había escrito el lojano, que no era mucho, y lo que habían escrito sobre él, empezando por una edición de la Casa de la Cultura con la obra completa y un prólogo entrañable de Alejandro Carrión, donde retrataba al coterráneo iluminado. Sí, era distinto, urbano, experimental, irónico, genial a ratos. Quedé deslumbrado con ‘Débora’ y ‘La vida del ahorcado’ y el homosexual muerto a puntapiés, y expuse a mis compañeros mi ‘descubrimiento’ de 1967.
Dos años después fui a parar en Sociología, dirigida entonces por Agustín Cueva, agudo ensayista y crítico de nuestras letras. En ese medio exaltado por el marxismo, Cueva les ‘redescubrió’ a Palacio y lo prologó e hizo publicar en Chile. Así fue creciendo el culto, sin escatimar ditirambos ni comparaciones, hasta Sartre y Onetti empezaron a temblar los pobres, tanto que el mismo Cueva, que ya andaba por México, se vio obligado a pisar el freno: “No es para tanto”. Le brincaron al pescuezo por esa ofensa de lesa patria, así que debió recordarles que él había publicado a Palacio pero que dejaran de ser tan ridículamente provincianos.
Yo, que había criticado algunas tesis de Cueva sobre el velasquismo, esa vez estuve muy de acuerdo con el maestro. Había que ubicar a Palacio en el contexto latinoamericano de los años 20, y en su justa dimensión. Pero el mito palaciano siguió aumentando con redescubrimientos, ensayos, reediciones a millares surgir, premios y cuanto hay. Tristeza de país, solo un fantasma le hacía calor: Marcelo Chiriboga, el novelista ecuatoriano del ‘boom’, inventado burlonamente por Fuentes y Donoso. Así que para este 2011, ¿será mucho pedir que los especialistas no redescubran y reediten al brillante y fugaz vanguardista y busquen a los jóvenes, que algo nuevo tendrán que decir 79 años después de que Palacio dejara de escribir y se precipitara en la locura y la muerte?