La cuestión del veto fue resuelta en la conferencia de Yalta —reunida del 3 al 11 de febrero de 1945, al terminar la Segunda Guerra Mundial— por el presidente Franklin D. Roosevelt de los Estados Unidos, el primer ministro soviético Joseph Stalin y el premier inglés Winston Churchill, quienes acordaron la regla de la unanimidad de los cinco grandes países en las decisiones del Consejo de Seguridad de la futura ONU.
Y este precepto, incorporado como Art. 27 a la Carta de las Naciones Unidas —aprobada en la conferencia de San Francisco el 26 de junio de 1946, que fundó la Organización Mundial—, mandaba que las resoluciones del Consejo de Seguridad —que es su órgano político y el único que puede disponer medidas militares— debían tomarse con el voto favorable de sus cinco miembros permanentes: Estados Unidos, Unión Soviética, Inglaterra, China y Francia.
Desde la fundación de las Naciones Unidas, la Unión Soviética usó y abusó de su derecho de veto a lo largo de la guerra fría. Fue clásica la figura del embajador Jakov Malik, lápiz en alto, oponiéndose a las iniciativas que se generaban en el seno del Consejo. En el cómputo de vetos registrados hasta 1985 consta que la Unión Soviética ejerció este derecho en 116 ocasiones, los Estados Unidos en 39, Inglaterra 22, Francia 15 y China 4.
Durante todos esos años el veto mantuvo paralizado al Consejo de Seguridad. Pero las cosas cambiaron un poco a partir del fin de la guerra fría. Las intervenciones militares de los “cascos azules”, dispuestas por el Consejo de Seguridad a partir de los años 90 en Irak, Somalia, Bosnia, Ruanda, Haití y otros países en conflicto, no hubieran sido factibles bajo el anterior esquema. Hoy las decisiones se toman por consenso de los “cinco grandes”, lo cual ha contribuido a la relativa operatividad del Consejo de Seguridad.
Análisis más o menos superficiales critican acerbamente el famoso veto establecido en la Carta fundacional de la Organización Mundial, pero la verdad es que sin él no hubiera podido ésta sobrevivir en los tormentosos tiempos de la confrontación este-oeste y aun después. Cualquiera de sus cinco miembros permanentes, al sentirse perjudicado por una resolución, se hubiera retirado de la Organización Mundial y hasta la hubiera resistido militarmente. Paradójicamente, ella ha vivido gracias al veto. Y no es que las críticas no sean justas o que no sean legítimas las propuestas de eliminarlo: es que son utópicas e impracticables en el juego de la geopolítica internacional.
El derecho de veto es todo lo antidemocrático, inequitativo, discriminatorio y antipático que ustedes quieran, pero gracias a él ha podido subsistir la Organización Mundial. Quiero decir con esto que, en términos de la realidad internacional, si se suprimiera el veto la ONU no tendría más de cinco minutos de vida.