Hace poco resultó una vergüenza ajena que cierta dirigencia de los jubilados defienda políticas del régimen en el campo de la seguridad social y acepte la eliminación del 40 % del financiamiento que el Estado aportó por décadas y que fuera borrado con la aprobación de las últimas reformas laborales y a la Ley del IESS.
Con su silencio cómplice, que acepten la eliminación de una parte de la deuda del Estado, más de USD 1 000 millones en el sector salud, que estaba pendiente de pago y aceptado por anteriores directivos, nombrados en esta administración.
Hoy resulta otra vergüenza ajena ver lo que sucede con unos dirigentes de gremios de periodistas, felizmente pocos porque la mayoría no es así, que se toman los nombres de las organizaciones y sin pudor aparecen en grandes comunicados (¿de dónde sacaron para pagar si no tienen para mantener a las organizaciones?) respaldando acciones del Gobierno contra las libertades y contra una organización no gubernamental, cuyo “delito” ha sido monitorear, defender, promover la libertad de expresión y emitir alertas al país y al mundo de las violaciones y agresiones que se cometen e intentan sancionarle porque recomienda lecturas críticas contra el poder.
Eso no solo atenta contra la libertad de expresión sino contra los DD.HH.
Ni siquiera han podido demostrar que ejercen un buen periodismo y aparecen como defensores de los derechos de los profesionales.
El buen periodismo, del que hablaba GarcíaMárquez, se ejerce en forma permanente, al margen de cualquier régimen, con dignidad, profesionalismo libre, independiente, con rigurosidad y responsabilidad y como toda tarea humana, sujeta a los errores, que deben ser rectificados con humildad, pero esa no es la regla para denostar ni intentar eliminar desde el poder a una labor necesaria para una sociedad.
Lo peor en el periodismo es aliarse a las fuentes de poder -cualquiera que sea, económico, político, gubernamental, privado, deportivo, etc.- porque el ejercicio de los cargos, aunque pretendan reelegirse en forma indefinida, no es eterno y algún día se terminará, mientras el noble ejercicio de la comunicación es permanente.
Cuánta distorsión se observa con estas malas prácticas. La tarea profesional bien llevada siempre incomodará a los gobernantes de turno, aunque unos exhibieron tolerancia y rectificaron con las críticas, otros cometieron abusos y uno que hasta crea una ley para controlar la profesión con insultos e injurias pero contrariamente enjuicia y sanciona con autoridades identificadas con el poder.
Qué vergüenza ver, todo lo contrario a lo que platicaba el Gabo, a aquellos comunicadores que asumen el libreto de las políticas del régimen, cuestionan a los críticos del oficialismo y equivocadamente consideran que esa es la “nueva escuela de periodismo”, que si es así se acabará con el fin de una administración pública. ¿Qué dirán y harán luego cuando termine el gobierno temporal?