¡Vergonzoso, abominable sainete!

Estos y muchos otros más calificativos similares pueden usarse para describir el espectáculo de pseudo-justicia organizado el jueves último, en el que se condenó a prisión y al pago de multas a un grupo de ecuatorianos que durante toda su vida han sido ejemplos de ética, decencia y sometimiento a la ley.

Una vez expedida la sentencia por un juez que ignoró preceptos elementales relativos a la sustanciación de juicios penales y dejó de lado principios de deontología jurídica, quienes estuvieron presentes en la sala fueron testigos de que, después de conocerse un mensaje del señor Lenín Moreno, ungido por el CNE como sucesor de Correa, enviado por tuit el actor en la demanda “desistió” de seguir adelante con el juicio y el juez declaró archivado el asunto.

En la historia, no son pocos los casos en los que una justicia humana y falible ha condenado a inocentes. Allí tenemos a Sócrates aceptando la sentencia de muerte y bebiendo la cicuta, o a Galileo pronunciando su inmortal “e pur si muove”. Es inacabable La lista de mártires víctimas de los poderosos que dan a su odio y a sus venganzas el nombre procesal de justicia.

Pero vivir estas lacerantes realidades en nuestra propia casa, en el Ecuador de estos días, en este país dividido por confrontaciones que, en diez años, lo han empobrecido moralmente, es indignante y doloroso, escalofriante e inaceptable. Los espíritus de las gentes de bien se revelan contra tamaña monstruosidad.

Condenados fueron Isabel Robalino, ilustre dama que durante toda su vida prácticamente centenaria, ha defendido y actuado con sujeción a la ley y la moral, organizadora de los primeros sindicatos de trabajadores; Julio César Trujillo, maestro más que profesor, hombre puro y estoico, que habría honrado al sillón de Rocafuerte, García Moreno y Alfaro; Simón Espinosa, quijote ecuatoriano, Simón de los Andes, ejemplar modelo para quienes rompen sus lanzas contra los entuertos contemporáneos. Y todos los demás miembros de la Comisión Cívica de Lucha contra la Corrupción, que han entregado su tiempo, su trabajo, sus escasos bienes, para mantener viva la semilla de la honradez pública y regarla con el ejemplo diario de sus buenas obras. Todos ellos, condenados por “calumnia”, al haber denunciado escandalosos actos de corrupción que nunca fueron adecuadamente investigados por los poderes públicos obligados legalmente a hacerlo. ¡Indecible!, ¡Inaceptable!

El Ecuador entero tiene que levantarse ante tamaña iniquidad. Los miembros de la Comisión de Lucha contra la Corrupción deben saber que su prestigio, en lugar de verse disminuido, ha llegado a niveles de especial altura en la aciaga historia de nuestro país, sometido ahora a la justicia revolucionaria.

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