Amenudo se compara, y con toda razón, a Ecuador y Venezuela, pues vivimos bajo el signo del llamado Socialismo del siglo XXI. En efecto, la aplicación de un modelo asentado en la bonanza petrolera, en el asistencialismo y en la concentración del poder, ha producido consecuencias similares en cuanto a la asfixia de la libre expresión y a la polarización de la sociedad.
No podía esperarse otra cosa de modelos político-institucionales gemelos, franquicias de aquel ideado por unos políticos-académicos españoles y que persigue tomar todas las funciones del Estado; bloquear la participación de la sociedad civil mediante el Quinto Poder, y hacer mascar el freno a medios, organizaciones y personas que hacen ruido frente a la verdad única.
Estos y otros pasivos volvieron a salir a flote a nivel mundial esta semana, a propósito del Examen Periódico Universal de Derechos Humanos de la ONU sobre el Ecuador. La respuesta del Estado era predecible: rechazó 19 observaciones. No en vano el entramado legal se asienta en la Constitución fruto de la Asamblea de Montecristi y se sostiene en triunfos electorales sucesivos.
Al fin y al cabo, AP ha vuelto a ganar la Presidencia y la mayoría de curules en la Asamblea, eso sí en medio de advertencias sobre dificultades en la economía y la necesidad de hacer cambios en la conducción política, un reto difícil para un hombre de partido único.
Pero ¿qué factores marcan la diferencia frente a un gobierno inviable como el de Nicolás Maduro? Veamos algunos. El primero precedió la llegada de AP al poder: el ancla de la dolarización. Aunque no les simpatice, este régimen monetario ha permitido una situación de estabilidad distinta al escenario venezolano. Y si bien el Estado ha sido actor y no solo regulador económico, no ha llegado a confiscar ni a destruir el sector empresarial.
El segundo es la relación con las FF.AA. Aquí, aunque se hizo el intento, no se logró conquistarlas para la causa política pero, sobre todo, no se cometió la insensatez de darles cuotas de poder como en Venezuela. Un tercero consiste en el hecho de que no se crearon brigadas civiles armadas que, en ese país, gatillaron el desbordamiento de la inseguridad.
El cuarto tiene que ver con lo social: si bien históricamente el asistencialismo ha sido una buena arma política, la sociedad ecuatoriana no ha crecido a su sombra. En Venezuela, un país de escaso desarrollo industrial debido a la dependencia del petróleo, los irracionales subsidios a los costos de los servicios siempre resultaron atractivos incluso para las clases media y alta.
También está el factor humano: Maduro es un fiasco y cada decisión suya no hace sino causar daños irreparables. Por eso el nuevo Presidente del Ecuador y su gabinete, la Asamblea, etc., debieran trabajar duro para ahondar las diferencias y ahuyentar la pesadilla.