Desde hace varios años se habla de la “africanización” de Venezuela, un término poco feliz para referirse a la creciente impunidad que impera en ese país a causa del irresponsable desmantelamiento de las instituciones que llevó a cabo el régimen de Chávez.
El alto número de homicidios -56 asesinatos por cada 100 000 habitantes- es el indicador más estremecedor del estado convulso en que se encuentra Venezuela. Esta situación se torna aún más grave si se toma en cuenta que ese elevado número de asesinatos viene acompañado de un número aún mayor de asaltos, robos, estafas y secuestros.
Venezuela debería ser un país próspero y seguro, un referente de la cultura y un líder de la escena geopolítica iberoamericana (como durante los mejores años de la Presidencia de Rómulo Betancourt). Pero Venezuela tuvo la desgracia de encontrar abundantes yacimientos de crudo en sus entrañas.
Aquella riqueza fácil y rápida corrompió a los líderes políticos venezolanos y a las clases empresariales, que se dedicaron a lucrar del petróleo y se olvidaron de trabajar por una sociedad más justa y equitativa. La figura más notoria de todo ese período fue Carlos Andrés Pérez.
La decepcionante actuación de los partidos políticos y de sus líderes tradicionales desató la cólera de la población. El tristemente célebre “Caracazo” fue el día más oscuro de todo aquel período. Miles de comercios y viviendas de la capital venezolana fueron saqueados, tras la adopción de medidas de estabilización y ajuste. Fue el inicio del fin de la institucionalidad venezolana.
Ese descontento popular fue capitalizado por Hugo Chávez, a través de una retórica supuestamente reivindicadora de derechos pero que sólo promovió una mayor división social. Los venezolanos se dejaron seducir por su discurso de tintes extremistas que ofrecía justicia para los más pobres y castigo para los ricos.
Pero hasta ahora todo ha seguido igual o peor que antes: entre 1998 y 2011 la deuda pública se ha multiplicado por cinco y el gasto público por seis. Tanta plata no le ha servido a Venezuela para diversificar su economía. Por el contrario, ahora prácticamente lo único que exporta es crudo.
La producción local se ha desplomado, haciendo que las importaciones superen los USD 50 000 millones por año. ¿El corolario de todo esto? Venezuela sufre un agudo proceso de estanflación, es decir, de recesión y desempleo con aumento vertiginoso de precios.
Es un error que los gobernantes afines a Maduro hayan expresado su solidaridad con ese régimen. La grave situación de Venezuela exige que -al menos por una vez- esos políticos se pongan a favor de las víctimas y no de los verdugos de millones de ciudadanos de aquel país.