Mientras la primera década del siglo será recordada como la época del auge de la izquierda populista y autoritaria latinoamericana, la segunda pasará a la historia como la etapa de su descalabro total. Hay signos inequívocos que anuncian la crisis terminal del modelo y el comienzo del fin de las dictaduras que lo encarnan. Como toda ingeniería social, comunismo, estatismo o cualquiera de sus variantes, el socialismo del siglo XXI empieza a desvelar su impostura, fracaso e incontenible final. La mala noticia es que el final de estos regímenes no vendrá de forma simultánea; unos caerán antes y otros después, quizá, mucho después.
Aunque muchos se obstinen en negarlo aduciendo especificidades y diferencias, el proceso venezolano debe ser mirado como la evolución irrefrenable de los países que han adoptado el modelo chavista. Venezuela representa el estadio más avanzado de este populismo autoritario, mal llamado socialismo del siglo XXI, y es un espejo nítido de lo que serían nuestras naciones bajo la vigencia continuada del modelo. Conviene, entonces, recapitular los efectos de la “revolución bolivariana”.
El legado de 13 años de gestión chavista es un coctel explosivo: endeudamiento externo salvaje, destrucción del aparato productivo nacional y dependencia creciente de la importa ción de productos por medio del dinero fácil del petróleo, controles cambiarios, mercados negros y un elevado déficit fiscal. La revolución bolivariana ha llevado la deuda externa a 130 000 mi llones de dólares, es decir, un incremento del 400%, y, al igual que el Ecuador que carece de acceso a los mercados financieros, Venezuela ha debido recurrir al mas feroz y despiadado de los prestamistas: China. El endeudamiento se utiliza para activar el consumo, generar una falsa sensación de bienestar y, en el caso de Venezuela, abaratar el dólar para financiar productos importados. En el plano productivo, mientras los grandes grupos económicos alineados con el Régimen ganan más dinero que nunca, las pequeñas y medianas empresas van desapareciendo: cuatro de cada 10 pequeñas industrias han cerrado durante los últimos 12 años.
En el plano político el desastre no es menor. La supresión de la democracia representativa y la demolición del aparato institucional para asegurar el mando incontestable del caudillo y la asfixia de toda oposición, han derivado en un calamitoso estado de inseguridad.
Francisco Rivero, editorialista de El Universal, llama a Venezuela “país de delincuentes” en vista de los altísimos índices de asesinatos, crímenes organizados y corrupción de funcionarios públicos.
La lógica implacable del modelo “socialista del siglo XXI” produce efectos similares en los países que lo adoptan. No importa si es Nicaragua, Ecuador o la versión edulcorada argentina; los resultados serán siempre los mismos.