Vendedor de ilusiones

Entre las características del liderazgo político está la capacidad de persuadir y seducir a sus seguidores ofertando un futuro posible mejor; es decir alimentándolos con esperanza. La mitología griega nos describió de la manera más expresiva el valor de la esperanza en la historia de Pandora. Como castigo de los dioses, a Prometeo, por haber robado el fuego para entregarlo a los humanos, regalaron a Pandora, esposa de su hermano, un ánfora, la famosa caja de Pandora, con la instrucción de no abrirla nunca. Pandora no resistió la curiosidad y al abrirla dejó escapar todos los males del mundo. En el fondo de la caja quedó solitaria la esperanza.

La esperanza es un estado de ánimo optimista basado en la confianza de que se alcanzará lo que se desea en alguna actividad o en la vida. Esta confianza esencial está expresada por la sabiduría popular con el lema de “la esperanza es lo último que se pierde”. Los políticos populistas inventaron, por desgracia, un sucedáneo de la esperanza que es una representación imaginaria que no corresponde a la realidad. Es la ilusión, una esperanza sin fundamento. Los políticos se convirtieron en vendedores de ilusiones.

El gobierno de la revolución ciudadana, fiel a su vocación populista, nos vendió algunas ilusiones que ahora estamos reconociendo como falsas esperanzas. Nos vendió la ilusión del cambio como si cualquier cambio fuese para bien; el cambio como fetiche. Cambiaron los nombres, los logotipos, los colores, los diagramas y los organigramas para que, al final, siga todo igual o peor. Nos vendió la ilusión del mejor de la región, el mejor del mundo, el mejor de la historia, para terminar como un régimen pintoresco en un país al borde del descalabro. Nos vendió la ilusión del primero y el único. El primero en reconocer los derechos de la naturaleza, el único en proclamar la ciudadanía universal; para terminar con una jungla petrolera y una cordillera minera, con un país de paso, ruta de mafias, escala de fugitivos de regímenes fracasados.

Nos vendió la ilusión de un modelo económico inédito y virtuoso que ponía al ser humano por encima del capital; para terminar buscando capitales a los precios más caros del mercado. Nos vendió la ilusión de la soberanía que se negaba a someterse a los organismos internacionales y las potencias imperiales, para terminar sometido a las exigencias de China como prestamista casi exclusivo.

La paradoja es que cuando los pueblos descubren que estaban alimentados con ilusiones, lo que experimentan es desilusión y no es realmente un sentimiento negativo puesto que la desilusión conduce a la necesidad de asirse a la realidad. Es posible que la propia revolución esté desilusionada y busque sujetarse a la realidad para sobrevivir. Una buena dosis de realismo es lo que necesitan la economía y la política para recuperar la esperanza.

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