Leo que tres desafortunados estudiantes de aviación y su instructor han muerto en un accidente en un pueblo remoto llamado Venado Tuerto. Cosas del destino: ¿cómo imaginar que un nombre así te aguarda en el último instante de tu vida? Yo también topé con él en plena juventud. Entraba el invierno de 1975, venía a dedo desde Córdoba y el atardecer me halló en medio de la helada pampa. Imposible pasar la noche al descampado, de modo que alcancé a llegar al pueblo más cercano, justamente Venado Tuerto, y dormí en la peor posada imaginable. Era un sótano húmedo con dos filas de camastros y uno debía echarse vestido, con las botas puestas y la mochila como almohada para que no se la fueran a volar durante el sueño. El aire encerrado olía a sudores rancios y
al perfume barato de un charlatán de feria.
Allí amisté con un muchacho robusto que iba a Buenos Aires, de modo que a la mañana siguiente continuamos mochileando juntos. Durante dos días compartí con un ‘cabecita negra’ el fenómeno social más importante del siglo XX: la migración campo-ciudad. Me contó de su familia campesina dijo que no valía “ser ‘pión’ toda la vida”, habló con ilusión de lo que esperaba conseguir en la capital. Una capital peronista y cruel. Yo le dije que me quedaban 20 pesos y el teléfono de una familia argentina a la que no había visto en años. Que no me preocupara, replicó, que podíamos ir a trabajar como cargadores en el Mercado del Abasto, donde un paisano suyo. Me asustó la perspectiva: aunque había desempeñado algunos oficios en el largo viaje desde Quito, ni mi físico ni mi romanticismo daban como para cargar bultos, aunque fuera en el mismo lugar donde inició su carrera Carlos Gardel, el ‘Morocho del Abasto’.
Total, que el teléfono funcionó: los amigos me pagaban un par de días en un hotel vecino a Plaza de Mayo. El migrante me vio tomar el bus con la misma cara de abandono con la que yo había visto tomar el tren a otra fugaz compañera de viaje, una judía muy linda, Elenita, un mes antes en San Juan. Hasta el día de hoy, 36 años después, pienso en qué habría pasado si me subía con ella en el tren directo a Mar del Plata; quizás habría vivido otra vida, nunca habría dormido en Venado Tuerto, a lo mejor terminaba haciendo cine con Fernando Solanas, je, je, y a lo peor me cargaba la represión fascista que se desató el año siguiente.
Como escribió Jack Kerouac, ese gran viajero de ‘On the road’, ¿qué me esperaba en la dirección que no tomé? Juegos mentales y vanos… aunque si de acuerdo a la física cuántica una partícula recorre todos los trayectos al mismo tiempo, ¿por qué los humanos seremos menos? Quizá porque nos para la muerte y los chicos de la avioneta accidentada ya no podrán recorrer ningún itinerario, ni siquiera en la memoria como lo hago yo.