Es difícil valorar a un gobernante. Todos tienen aciertos y errores. Algunos demenciales: Nerón, el emperador de Roma (54-68 d. C.). La historia cuestiona la veracidad de que haya ordenado quemar Roma. De hecho fue el gran reconstructor de la ciudad. Otra cosa fue ser múltiple asesino de su entorno y que para intentar aplacar la indignación del pueblo culpó y persiguió hasta llevar a la muerte a los cristianos, religión contraria al paganismo. Él se consideraba un gran poeta, músico y declamador, alabado por sus cortesanos, entre estos Petronio.
En Quo Vadis, la novela no necesariamente fidedigna en la mención histórica, se relata como Petronio halagaba a Nerón: “Tus versos son buenos para Virgilio, Ovidio, el mismo Homero; pero no son dignos de ti, estás a mayor altura que ellos”. Nerón le correspondía: “Los dioses me han dotado de un poco de talento pero me han concedido también algo más valioso: un amigo leal y un crítico justiciero, único hombre capaz de decirme la verdad”.
Profundizada la demencia de Nerón, sospechaba de sus cortesanos. Petronio prefirió suicidarse. Su última carta habría sido: “Bien sé, divino César, que me esperas con impaciencia, y que tu leal corazón de amigo fiel padece con mi ausencia (…) Pero tener que soportar por largos años tu canto que me destroza los oídos (…) escuchar tu música, oírte declamar versos que no son tuyos, son cosas verdaderamente superiores a mis fuerzas y a mi paciencia, y han acabado por inspirarme el irresistible deseo de morir”.
El 2 de diciembre de 1804, en la catedral de Notre Dame de París, Napoleón Bonaparte, el emperador de 35 años de edad, tomó de la mano del Papa la corona de la consagración y se autocoronó. Nadie mejor que él. Terminó recluido y quizás envenenado en la isla Santa Elena, a los 51 años.
En democracia no hay emperadores. Los gobernantes también se valoran. Lo hacen ellos mismos y sus entornos, sobre su persona y sus obras. Los contradictores y opositores los cuestionan, más si hay percepción de que se está atrás de una permanencia indefinida en el poder, para lo que todo vale.
En la concentración con los transportistas, el 6 de agosto, en Quito, el presidente Rafael Correa expresó que él es “un presidente que, modestia aparte, es de los más populares del planeta”.
En la entrega de los premios Eugenio Espejo, a valores de la cultura y el arte en el Ecuador, el 9 de agosto, refiriéndose al proyecto Yachay expresó: “Es triste ver cómo se juega con cosas que deberían ser sagradas. Me refiero a Yachay, el proyecto más importante del Gobierno y, para mí, de la historia del país”.
¿Habrá la posibilidad de un inventario sereno sobre los aciertos y errores del presidente Correa o no podrá pasarse de que se lo cuasi santifique y otros lo demonicen?
lroldos@elcomercio.org