Conversaba con un amigo guayaquileño, a través de los mensajes del BlackBerry. Me preguntó si conocía a la valiente mujer que insistía en dar su declaración sobre lo que había visto en cuanto al caso Emme. En un principio contesté que sí, que me parecía valiente y que no, no tenía el gusto de conocerla. Mis pensamientos rondaron unos minutos más en el caso en sí, en la justicia en limbo, en los juicios políticos sin decisión de votos, en la situación general del país; para segundos después, ante mil cuestionamientos que sabía no tendrían respuesta, pasar a la gran pregunta: una persona que simplemente atestigua sobre lo que vio y, lo hace desinteresadamente, sin politizar su visión, ¿debería ser calificada como valiente? ¿Cuál es el verdadero significado de una acción que merece esta calificación? ¿Cuáles son, hoy, nuestros valores? Esto último, lo más preocupante.
Según el diccionario, el significado de este adjetivo es que “hacen frente a situaciones peligrosas y arriesgadas” y se esfuerzan por lograr sus metas en su día a día. La madre soltera que trabaja sin descanso por sacar adelante a sus hijos. El hombre que arriesga su vida en una mina por traer el pan de cada día a sus hijos. Ejemplos extremos que, sin embargo, no difieren mucho de situaciones menos exageradas y, sin embargo, igual de valientes que las antes mencionadas. Los guerreros son valientes, no negociar con delincuentes es valiente. No aceptar lo que se nos viene sin luchar es osado. Audaz el que lucha en contra de lo que se ha convertido en lo establecido. Adjetivos sinónimos, pero, ¿atrevido el que dice la verdad?
El antónimo se podría utilizar en frases que nos califican como miedosos, cobardes y que nos dejamos amedrentar fácilmente. Así no somos los ecuatorianos porque nos respetamos lo suficiente para considerar todas nuestras palabras y actos valiosos.
Es válido, entonces, aplicar la palabra valiente a toda persona que ¿dice la verdad? ¿Que no se deja amedrentar? Algo está mal. Sin desmerecer el acto de la testigo, es una equivocación calificarla con este adjetivo y, llegamos a la pregunta del millón, a la que todavía no encuentro una respuesta lógica y razonable. Decir la verdad es un principio inamovible y debería ser considerado un acto absolutamente normal, que demuestre que somos una sociedad honesta y real, sin corrupción latente. Practicar la verdad equivale a tener claro el camino a seguir, seguros de que nada ni nadie nos desviará de nuestras creencias y principios. Lo normal no es un acto de valentía ni de personas valientes, sino, simplemente, de quienes tienen sus prioridades y su vida en orden. La valentía es el diario actuar con corrección de un país entero.