En Colombia delincuentes y fuerzas irregulares, con el chantaje de la fuerza, obligan a empresarios grandes o no a entregas periódicas de dinero que lo llaman vacunas, para evitar violencia en su contra, incluso la muerte. Ahora en Ecuador se ha importado el sistema o lo han traído los que lo practicaban antes. Se imponen estas vacunas, al menos, en San Lorenzo, Borbón, Santo Domingo, Guayaquil (Isla Trinitaria) ya no a ricos sino a la tienda de la esquina, al taller artesanal. Ya no serían siempre guerrilleros o paramilitares, sino simples delincuentes organizados en mafia.
La pobreza y el apetito de tener son el terreno propicio, pero también el contexto de inseguridad, la ausencia de ley o su devaluación en muchos sectores, la impunidad y el miedo fruto de la ley de la selva son causa y efecto para que estas prácticas se establezcan. La inseguridad muestra que el orden admitido entre las personas, que da lugar a la convivencia, ha perdido aceptación, a pesar del incremento de leyes. No sorprende, pues cuando a las instituciones se las usa a conveniencia pierden sentido, todo puede usarse a conveniencia, dejan de cumplir su función clave de garantizar la constancia de las reglas del juego. La indispensable intervención del Estado misma pierde eficacia; antes más Estado era menos riesgos e inseguridad, ahora estos persisten con más Estado, más leyes, incluso con bonanza económica y políticas contra la pobreza.
Sin embargo, donde hay más organización social de base, menos posibilidades de vacunas hay. Pero en Ecuador ganó el desprecio a las organizaciones. Cada cual quiere volverlas funcionales para sí, sin permitirles cumplir sus actos positivos de asociar gente, de identificar problemas y propuestas de solución, de ofrecer medios para contribuir a la identidad y pertenencia sociales que permiten a la persona sentirse parte de la sociedad, una raíz clave para una buena convivencia y para crear cohesión social, ahora tan añorada. Estamos pagando los platos rotos del desprecio a las organizaciones. Al ritmo que vamos, empeoramos el mañana.
No hay solución sin una sociedad que denuncia y se afirma que corre riesgos ante la lógica del miedo. Si un colombiano aplica vacunas es porque tiene un conocimiento práctico de ellas, pero es el contexto ecuatoriano que se ha vuelto permisivo para esto. El mismo colombiano en un país nórdico no osaría pensar en aplicarlas. Aquí encontró un terreno propicio, cuando hasta hace poco los ecuatorianos lo impedían, ahora lo practican. Algunos se acogen a esta dinámica, por miedo, pero también porque este orden de la fuerza disputa legitimidad y espacio al orden formal, que no logra ser claro, transparente y seguro para adherir a él como el que conviene a cada cual. No basta buscar a los culpables es de la sociedad ecuatoriana que debemos preocuparnos.