El panorama nacional genera pesimismo. De un lado, por un deterioro de la economía producto, en parte, de condiciones externas; y, de otro, a causa de su manejo equivocado por el Gobierno.
El modelo estatista, de capitalismo de Estado, de descomunal gasto público, de un crecimiento burocrático clientelar y exagerado que se chupa los recursos públicos, ha fracasado.
El Estado/todo invita a revivir al anarquismo. No estamos reclamando por un modelo neoliberal libre de la mano de Dios, que el Ecuador nunca ha sufrido, que genera concentración de riqueza y desigualdad, pero sí por un esquema social de mercado, que requiere de un Estado regulador y controlador, pero no intervencionista, dejando a las fuerzas de la producción, que reclaman un espacio abierto, desarrollar la producción y la creatividad. Y de otro lado, una crisis política cuya solución no encuentra la llamada oposición, que de tal nada tiene por no ser opción de poder y que sigue pensando con categorías precorreístas, como si simplemente se tratara de organizar un proceso electoral para cambiar de mandatario.
Mientras los diversos movimientos políticos no hagan autocrítica y no comprendan que lo que anda en juego no es simplemente pasar de un gobierno a otro, no tendrán la lucidez para organizarse, posponiendo los intereses personales o grupales, para lograr un acuerdo nacional, desde el desprendimiento y la solidaridad.
Si no estamos conscientes de que nos enfrentamos a una verdadera transición, entendiendo por tal el consenso para transformar las instituciones del Estado, nos quedaremos en la mediocre perspectiva de pelear por mezquinos intereses en función electoral.
Utópico es aspirar a que se convenga en un único candidato presidencial. Las élites políticas carecen de generosidad para renunciar y llegar a un acuerdo.
La miopía les impide mirar a largo plazo, quedándose estancados en la próxima contienda electoral, sin reflexionar que tal como van las cosas, con una diversidad de candidatos, el partido de Gobierno la tiene ganada.
Al menos deberían intentar conformar listas únicas para alcanzar la mayoría en la Asamblea Nacional. Es el momento de plantear posiciones, debatirlas y concordar, pensando más en el futuro del país.
La ruptura con el actual régimen político, que de eso se trata, solamente puede darse dominando el poder legislativo para convocar una Constituyente y empezar a destruir el ensamblaje institucional que impide el ejercicio de la democracia.
La ruptura debe ser el objetivo, desde un pacto de convivencia de todas las fuerzas políticas y de un programa consensuado para restablecer la democracia llamada burguesa por los amigos de la autarquía. Y la senda para ello, más que la Presidencia, es captar el órgano legislativo, sin el cual ninguna reforma podría hacerse.