La utopía desmentida

Es un hecho cierto que las sociedades viven de utopías. Es también un hecho cierto que algunas utopías han servido para construir sistemas que eliminan las libertades, derogan los derechos y transforman a los individuos en clientes del poder.

La utopía es la esencia de numerosas doctrinas políticas. Más aún, varias tesis nacidas de los dogmas generados por ellas han convertido la sociología, la historia, la política, el Derecho y la economía, en ciencias dirigidas a transformar la realidad en lo que los ideólogos quieren que sea.

1.-El socialismo, la gran utopía.- Si alguna utopía tuvo gran vigencia en el siglo XX, y la tiene en el siglo XXI, es el socialismo en sus diferentes vertientes.

Si alguna utopía contribuyó a simplificar la política y la economía, fue el socialismo, a tal punto que bajo ese prisma la izquierda es buena y la derecha es mala, es decir, el maniqueísmo elevado a la categoría de ciencia en que los revolucionarios se atribuyen todas las virtudes y se asignan el derecho a salvar a las sociedades y a construir al “nuevo hombre”, y que los opositores, y los indiferentes, quedan catalogados como contrarrevolucionarios o antipatrias.

Algunos matices concretos del socialismo real, más allá de sus presupuestos filosóficos, han sido: el principio de igualdad absoluta; los cuestionamientos a la legitimidad de la ganancia; la censura y supresión de las libertades; la sustitución de la meritocracia por la burocracia; la abolición de la propiedad; la sumisión a una doctrina elevada a la categoría de dogma casi religioso; el endiosamiento de lo público en desmedro de lo privado; la concentración de poder y el fortalecimiento del Estado en perjuicio de la sociedad civil y del mercado.

Más allá de su filosofía, la gran utopía justiciera se convirtió en un sofisticado sistema de opresión. Basta recordar las cortinas de hierro de Europa del Este, el muro de Berlín, los tanques de guerra “sofocando” las primaveras de Praga y Budapest, la conducta del régimen eterno de los hermanos Castro, la revolución cultural de la China de Mao, las tarjetas de racionamiento, los gulags, las purgas y los fusilamientos. Basta mirar los descalabros económicos de Cuba, la Unión Soviética, Venezuela y Nicaragua.

2.- La “bondad esencial” de las utopías.- El socialismo, y algunos otros “ismos” de izquierda y de derecha, parten del presupuesto de la bondad esencial de las utopías, de su indiscutible “verdad”. Las utopías son la versión renovada de los dogmas religiosos, que, como ellos, excluyen toda posibilidad de duda, discusión y discrepancia. La atribución de virtudes y de atributos casi mágicos a tesis políticas, las convierten en una suerte de “ética” que justifica toda clase de abusos. La violencia revolucionaria, la violencia desde el Estado, la eliminación de las libertades y el condicionamiento de los derechos individuales, se justifican desde las creencias de los portavoces de las doctrinas. Frente a semejante verdad, los que discrepan, y los que dudan o son tibios, tienen la obligación de someterse, obedecer, callar y alabar.

3.- La “maldad esencial” de la realidad.- La economía, la estructura de las sociedades, la índole de la gente, y la vida misma se encargan de desmentir las utopías. La realidad es el gran contendor, el imperturbable fiscalizador. La realidad, los hechos, en todos los países socialistas, son el dedo acusador. Venezuela ahora es un testimonio dramático. Lo ha sido Cuba. Economías descalabradas, sociedades reprimidas, pobreza, dictaduras, y lo infaltable, el invento del enemigo y la aplicación de la teoría de la culpa ajena. Los gobiernos socialistas nunca han asumido la responsabilidad por los desastres que causaron, y que causan. Todos inventaron, e inventan, verdaderas doctrinas de justificación que llenan toneladas de papel y kilómetros de videos. Siempre hay “razones” que encubren la simple y acusadora realidad. Los responsables son los agentes imperialistas, los traidores, los saboteadores, las guerras económicas, las conspiraciones. Son los otros.

4.- Los efectos devastadores de la utopías.- La utopía, como el carisma de los caudillos, tiene incuestionable encanto. Atrapa a mucha gente, atrapa a muchos “intelectuales”, y se convierte en una especie de opción de justicia, solidaridad y equidad. En la práctica, sin embargo, sus efectos son devastadores no solo en el plano práctico, sino, además, en el de las ideas. La utopía transformada en un sui géneris catecismo político impone la supresión de las libertades, la imposición unilateral del pensamiento, y conduce a la represión, porque transforma una doctrina en dogma, y los dogmas, por principio, no se pueden discutir, son verdades “reveladas” en nombre de las cuales se inaugura el fanatismo y se justifican los excesos. La discrepancia no tiene cabida cuando se llega a esos extremos, y la democracia, cuya sustancia ética es, precisamente, la tolerancia y el respeto a la diversidad ideológica y a la opinión ajena, se disuelve en regímenes que usan y manipulan su nombre y pervierten sus valores. “Democracia populares” se llamaron los gobiernos comunistas de Europa del Este, y se bautizan así los totalitarismos sobrevivientes.

5.- La utopía como justificación del terror.- Las utopías han servido, en no pocas ocasiones, para justificar el terror, para “legitimar” el uso de la fuerza. La sustancia de los regímenes revolucionarios tiene que ver con este drama. Los revolucionarios imponen su voluntad con el recurso de las armas o con la manipulación de la democracia.

La historia del siglo XX, y lo que va del XXI, es el mejor ejemplo de la transformación del pensamiento en dogma, de las ciencias sociales en historieta y del Estado en el “ogro filantrópico”.

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