El anuncio del incompetente heredero chavista en el sentido que convocará en Venezuela a una Asamblea Constituyente, obviamente con la pretensión de adecuarla a sus intereses, es una ratificación más de que para estos grupos la democracia simplemente es una herramienta válida cuando a través de ella, con promesas incumplidas y engaños permanentes, pueden acceder y controlar hegemónicamente el poder.
Si no es así, se convierte en un mecanismo del viejo régimen burgués que hay que desecharla o modificarla de manera que mantenga el nombre para los incautos pero que, en la realidad, sea un instrumento deformado que valide las pretensiones totalitarias de aquellos que por esencia se niegan a aceptar la voluntad popular y que jamás creyeron en los sistemas que garantizan derechos y libertades para todos, porque lo único que pretenden es manejar un rebaño de incondicionales que no contradigan a sus propósitos de conservar y utilizar a su antojo el poder. Una constituyente en Venezuela sería un buen camino si se conformara en un marco donde la transparencia de los comicios esté garantizada y si sus integrantes resulten elegidos en forma universal y directa a través del voto popular.
De ser ese el caso ese órgano constitutivo se conformaría con una mayoría apabullante de la oposición, lo que permitiría refundar esa nación y desmantelar la estructura llena de novelerías que ha demolido a ese país. Pero, precisamente, cuando todo demuestra que sus días en el gobierno estarían contados en el momento que se celebren elecciones libres y transparentes, ya sea para designar gobernadores o, en el próximo año, elegir al sucesor de Maduro, aparece este invento, propio de los arcanos estalinistas, donde se asignan – sin voto popular – representaciones corporativas para tratar de asegurarse una mayoría adepta.
¿Tiene vialidad una propuesta de esa naturaleza cuando el pueblo está en las calles reclamando por el desastre al que han conducido a esa nación? ¿América Latina y el resto del mundo podrán avalar un sistema nacido de la imposición de una minoría que se sostiene en el poder por la fuerza, apuntalada por las canonjías entregadas a los militares cuya cúpula está salpicada de acusaciones de corrupción de toda índole?
Si más del 85% de la población se pronuncia en contra de un régimen, cualquiera sea este, un mínimo porcentaje usurpador no puede imponerle condiciones. Más tarde o más temprano ese experimento se desbaratará. El horizonte más lejano debería ser el de las elecciones de gobernadores, pospuestas injustificadamente; y, más adelante, los comicios para designar Presidente.
No deben permanecer en el poder un minuto después de que la voluntad popular expresada en votos los retire de sus cargos. Acá no caben hipocresías como las que nos acostumbraron a escuchar por más de media centuria, para disfrazar de régimen popular y democrático la dictadura más añeja y nefasta de América Latina.
Habrá que estar atentos y mirar, en lo político, el desenlace de la paranoia chavista porque en lo social y económico es un desastre absoluto.
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