La demagogia, en la definición oficial, es la manipulación de los sentimientos de la gente, especialmente mediante halagos fáciles y promesas infundadas, para utilizarla. El afán de satisfacer aspira-ciones y deseos de la gente puede hacerla parecer una práctica democrática, pero la verdadera democracia no consiste en imponer la decisión de la mayoría. Consiste en crear una ciudadanía capaz de tomar decisiones conscientes, de emitir un voto racional y no emocional.
Al régimen político se le puede aplicar lo que decía de la televisión Clive Barker: “La televisión es el primer sistema verdaderamente democrático, es accesible para todo el mundo y totalmente gobernada por lo que quiere la gente. El único problema es, lo que quiere la gente”.
Un ejemplo de demagogia, que no afecta solo a los políticos, es el tan comentado tema del sueldo de algunos banqueros. Los candidatos de Alianza País repiten con entusiasmo que resulta inaceptable que un gerente de banco gane USD 60 000 mensuales cuando pagan a sus cajeras apenas 2 000. A una candidata entusiasmada con el argumento, le respondió otro político: sí, me parece una diferencia inaceptable, 30 veces menos. ¿Qué podemos hacer? Considerando que debemos aplicarle a usted si, como asambleísta, va a ganar 6 000 dólares y paga a su emplea-da USD200, 30 veces menos.
Hace unos meses publicó, en su blog, el español Miguel Hernández un test de apenas cuatro preguntas para que sus lectores examinen si eran demagogos. Primera: ¿Cree Ud. que nadie debe tener un sueldo superior al del Presidente? Segunda: ¿Cree que los salarios de los concejales (o banqueros) deben estar regulados por ley? Tercera: ¿Cree Ud. que se debe reducir el número de personas contratadas a dedo? Cuarta: ¿Le parece mal que en plena crisis alcaldes y concejales en España se subieran el sueldo un 30%? Si la respuesta es no a todas, usted no tiene riesgo de convertirse en demagogo. Si la respuesta es sí a todas, usted es demagogo y un peligro para la democracia.
En la última década se difundió en nuestra dolorida América un modelo regresivo, basado en la demagogia, que comienza ofreciendo a los pueblos esa promesa tan apetecida y siempre esquiva: alguien que ponga orden en nuestra caótica existencia, un redentor que nos rescate del infierno de la pobreza y la desigualdad, un justiciero que acabe con nuestros enemigos y un predicador o profeta que nos ilumine el camino.
Los caudillos modernos de América Latina tienen algunas o todas estas características, son populares, autoritarios, vocingleros y heroicos. Pretenden encarnar a algún santo laico del pa-sado: Bolívar, Eva Perón, Alfaro. Pretenden mantenerse en el poder indefinidamente. Comparten esta manera de ser, del pueblo y sus caudillos, la demagogia.